Literatura

ASILO

Hace unos días, con motivo de la celebración de la Feria del Libro en La Laguna, tuve ocasión de visitar, con otros compañeros poetas y dos músicos, el Asilo de Ancianos. Confieso que no estaba preparada para aquella experiencia- se me había dicho que iba a un Centro de día- y me impresionó. Aún así, dejé pasar unos días, antes de escribir este pequeño relato que me lo inspiró una anciana, pues como he dicho siempre, escribo desde la memoria, para atemperar más mis palabras.

Bueno, pues los dejo con el relato.

ASILO

 

Tenía una muñeca vestida de azul…, o acaso de rosa…No lo recuerda. De lo que sí está segura es de sus tirabuzones rubios y de su cara de ojos inmensos que se cerraban y abrían a su voluntad. Bastaba con echarla a su lado mientras ella también fingía dormir.

Aquel mediodía tuvo que oír cantos extraños que, no sabía por qué, le sonaban lejanos, muy lejanos, a pesar de que casi rozaban sus rodillas. Pero aún más extraña fue la voz de aquel hombre que pronunciaba con fuerza, mientras hablaba de una niñez ajena. No lo entendía. Así no se le habla a un niño; así no se habla de un niño, y ella lo sabía. No había nada en aquel muchacho- porque para ella era un muchacho- que la llevara a revivir esa ternura que sintió ya hace tiempo, tal vez demasiado, cuando la llamaban los suyos.

Los suyos: esos que ahora no están, o acaso sí, pero en otro lado; y por eso quisiera seguir durmiendo, que no la importunen con cantos ajenos, con voces que la alejan cada vez más de sí misma.

El hombre que habla tiene papeles entre las manos. Lee, no habla. Lee a pesar de que sabe que nadie lo entiende; pero él es demasiado…o más bien se cree que es…y continúa.

«Este chico no sabe, no comprende que todos son como yo y no necesitamos más que una sonrisa o un apretón de manos, o a veces ni eso. Bueno, sí, tal vez unas palabras, pero a media voz; o todo el silencio, sí, todo el silencio para poder regresar a las calles de tierra, a los primeros adoquines, a las viejas campanas, a las risas de todas las tardes, o a la nada. No importa.

Este chico no sabe que no queremos más tiempo, porque no nos gusta contemplarnos ni ser el espejo de los otros. Sí, yo solo me acuerdo de aquella muñeca y me basta, pero ¿de qué color era su vestido?

Aplauden ¿Por qué aplauden? ¡Ah!, son tontos y hacen lo que les dicen.

No me he aprendido sus nombres ¿para qué? Pero el que está a mi lado aplaude y se ríe, y el otro y la de más allá…Yo no. Yo solo quiero mi muñeca, y no esta de trapo que tengo en mi regazo y a la que, sin embargo, acaricio. Quiero la otra, la realmente mía, pero ¿de qué color era su vestido?»