Opinión

EL DESENCANTO

En la escuela, a Menganito le habían contado que, cuando él era pequeño, su país estaba gobernado por un señor que era algo así como el “Pancho López” de la canción mejicana, es decir, “chiquito pero matón” y que hacía lo que le salía de las cartucheras, sin que nadie se atreviera a decir ni pío. A eso se le llamaba ser un dictador y, por lo que Menganito entendió, era algo bastante malo: no había libertad para nada, la gente tenía miedo hasta de pensar y todo era muy triste. Hasta que, un día, al bajito con bigote se lo llevaron las Parcas y todo cambió.

¡Menos mal! Pensó Menganito.

Le hablaron entonces de una señora amable y justa llamada Democracia que permitía que fuera el pueblo quien eligiera a sus gobernantes, que estos debían trabajar para ese pueblo que los había elegido y que todos juntos deberían defender unos valores que contribuyeran a la libertad, a la justicia y al bienestar del país.

¡¡Qué guay! –pensó (aprobado académicamente el término) Menganito. Y, desde que pudo, votó con entusiasmo y, aunque no salieron los que él hubiera querido, se conformó pensando que, aún así, se había cumplido la voluntad de la mayoría. Claro que, eso de la mayoría absoluta, no acababa de gustarle del todo

Un día le contaron que se había descubierto unas tramas y casos con nombre raros como Gurtel y Noos, que un señor ministro había elaborado un ley que sojuzgaba a las mujeres y las criminalizaba, cuando no las volvía locas de remate, por el simple hecho de querer decidir por sí mismas, que otro ministro, opusiano él, no se inmutaba lo más mínimo ante las muertes de inmigrantes en el mar, que Sanidad y Educación brillaban por su ausencia, que lo de la Dependencia era cosa de Alicia en el país de las Maravillas, y que , para guinda, se había dado un corte de mangas (con perdón) a la Justicia Universal.

Menganito no daba crédito a lo que oía y propuso organizar una manifestación en contra de todo aquel dislate. “¿Manifestarse, dices? ¡Cuidado que eres inocente, Menganito! Anda, anda, ve a que te de un poco el aire…”

Perplejo, Menganito se fue a tomar un cubata a un bar que no tenía licencia de apertura pero que era de un pariente del alcalde. Después de la tercera copa y bajo los efectos del ron de garrafa, decidió fundar la Asociación D.D. (Demócratas Deprimidos). Lleno de esperanza, presentó los estatutos en su ayuntamiento y solicitó una subvención.

A la semana siguiente volvió por la alcaldía y, después de ser cacheado hasta en sus partes pudendas por el jefe de Policía Local, casualmente primo del alcalde, la secretaria, con cara de mal yogur le informó que su subvención había sido denegada y que el alcalde no podía recibirlo.

De regreso, calle abajo, desalentado, Menganito reflexionó sobre esa señora de la que le habían hablado en la escuela, y vio que se había convertido en un ser anoréxico que cada cuatro años abría su pequeña boca de cristal para que algún iluso como él pusiera una papeleta. Y dando un fuerte suspiro se fue a ver una película porno.