Opinión

LA RETROALIMENTACIÓN DE LO MEDIOCRE

Resulta que la mayor parte de nuestra vida parece que sólo escuchamos aquello que nos interesa. Incluso y sobre todo, cuando se refiere a nosotros mismos, ya sea por una baja autoestima o por todo lo contrario, discriminamos aquello que censura o muestra su disconformidad con nuestra manera de ser o de estar en el mundo.

No digamos, cuando se trata de hacer una revisión de nuestro trabajo, llamémoslo creativo, con todo el riesgo que tal adjetivo indica, al referirnos al acto de producir, de “inventar” una realidad siempre cambiante y a la que queremos eternizar en ese instante en el que, pretendidamente, la hemos conseguido atrapar.

Más que una falta total de autocrítica, ya de por sí bastante frecuente, lo peligroso es esa retroalimentación de lo mediocre en la que el colectivo, ya sea de artistas plásticos, narradores, poetas, músicos etc., juega un papel no por gregario menos peligroso.

En este sentido, la pertenencia a un grupo- sea este de cualquier índole- lejos de propiciar un enriquecimiento del mismo a través de sus diferentes individualidades, con una mirada crítica seria y constructiva, se convierte en algo no ya homogeneizante, en el sentido negativo del término, sino en algo peor: en anodino.

Los calificativos de bello, hermoso, inspirado, original, que tanto valen para una obra plástica como para un poema o un texto narrativo, por poner algunos ejemplos, regalan nuestros oídos de tal manera que corremos el riesgo de creernos artistas “consagrados”, a pesar de que en un ejercicio de falsa modestia digamos “cara a la galería” que aún estamos empezando o aprendiendo; da igual que tengamos 20 años o 60.

Me gustaría pensar que no, pero me temo que abundan pintores, escultores o poetas que no hacen otra cosa que repetirse- y no me refiero a unas constantes temáticas- sino a un tratamiento de esas constantes sin evolución alguna, con una carencia de calidad que demuestra una despreocupación total por conocer otros caminos, por aprender del otro, de los otros- y no me refiero con esto a los de su propio colectivo si lo tuvieran- Me refiero a alimentarse de la tradición(la clásica y/o la vanguardista),  de todos los que han dejado una impronta de calidad en el mundo de la creación. Porque, incluso para rechazarla, es necesario conocer la tradición igual que para optar por otros caminos necesitamos conocer aquellos que han elegido los que nos precedieron.

No es raro encontrar a artistas plásticos a los que solo les interesa el “movimiento artístico” al que pertenecen, sin ni siquiera molestarse en informarse de los otros; a poetas que no leen a otros poetas que no sean “los de su cuerda” para, como oí una vez, “no contaminarse”.

Luego organizan o participan en exposiciones, recitales o lecturas que parecen tener el único fin de regalarse los oídos, por aquello de “hoy por ti, mañana por mí” que parece primar, en lugar de una crítica constructiva- desde el conocimiento, claro-, algo que redundaría en beneficio de la obra de creación.

Por todo esto, pienso que sería conveniente, dada la ausencia de una crítica seria y del silencio culpable de los otros, hacer al menos una revisión lo más objetiva posible de nuestra obra, preguntándonos con seriedad hacia dónde nos puede llegar ese afán de tragárnoslo todo y hacer que se lo traguen los demás, como si de voraces Pantagrueles se tratase, con el consiguiente y seguro peligro de una soberbia indigestión.