Literatura

Presentación del libro de Julia Gil, «La niña y yo»

Acabo de regresar de un encuentro con la escritora Julia Gil y caí en la cuenta de que no había colgado la presentación de su libro, La niña y yo, editado por Ediciones La Palma- al que no pude asistir pero en donde, amablemente, la también escritora María Gutiérrez (Puri para los amigos), leyó este texto que ahora les «cuelgo». Como dice el refrán «Nunca es tarde si la dicha llega» (Un poco vanidoso por mi parte). Espero que le sirva para animarlos a la lectura del libro.

 

 

DIÁLOGOS PARA ILUMINAR LOS DÍAS GRISES

Cecilia Domínguez Luis

Este título se me ocurrió nada más terminar de leer el libro La niña y yo de Julia Gil, porque la infancia, la suya, la de su nieta y también la nuestra, es la región de la claridad, de la inocencia, de la curiosidad y las preguntas y, por tanto, de lo poético. Y es que, como todos sabemos, la poesía no nos da respuestas, sino plantea preguntas sobre la existencia, sobre todos y cada uno de los que habitamos este tiempo y este lugar.

Julia Gil ha vuelto al territorio de la niñez – ya había transitado por él en libros como Grabados de mi infancia o, el más reciente, Once trapecios al trasluz- pero esta vez lo hace, teniendo como pretexto un diálogo con su nieta, con el que nos sumerge en ese mundo que habitamos alguna vez.

La curiosidad, como característica inseparable de la infancia, llega ya desde el primer poema, cuando afirma: “Niña pequeña/ quieres aprenderlo todo,/enfocas tus ojitos telescopios/a los astros del universo…”, y, desde que leemos estos versos nos hacemos compañeros de un viaje que no ha hecho más que empezar, y en el que vamos a encontrar esa mezcla tan constante en los textos de Julia Gil: el humor y la ternura.

Por otra parte, la autora sabe bien que el niño vive, no recuerda, está siempre en el aquí y el ahora, y construye su universo como si se tratara de un juego en el que es capaz de poner sus propias reglas y con el que intenta cambiar un mundo- el de los adultos- que no entiende ni le gusta. Juego con el que también conjura sus miedos, y así leemos en los últimos versos del poema 22 : “Y columpiamos los temores/ Saltas ingrávida en las aguas/sobre mis piernas trampolín/¡Y a volar!/Nos reímos./ ¡APULÁ!/ Más nos reímos/ ¡APULÁ!” .Unos últimos versos que nos ratifican en la libertad de la niñez, demostrándonos que los niños son seres completamente libres, aunque no sepan que lo son, porque saber lo que es la libertad es parte de ese mundo adulto, en el que comprobamos, dolorosamente, cuánto de ella hemos perdido.

La niñez se basta a sí misma para hacer un mundo a su medida, donde la magia inunda lo cotidiano y se hace presente en cada mirada. Por eso Julia escribe: “Miras al aire/ cuando llegan los pájaros./ Quieres la calle/ cuando cruza el perrito…”, un poema lleno de ingenuidad y sencillez, cuya combinación de versos de 5 y 7 sílabas nos recuerdan los haikus, una de las estrofas preferidas por la poeta y a la que dedica por entero su libro: Ruta de las setas.

Pero volvamos al libro que hoy presentamos.

Julia continúa el diálogo con su nieta, pero lo hace sin perder la perspectiva. Es indudable que recuerda la niña que fue, pero tiene muy presente que es otra niña quien la observa y escucha. De ahí esa mezcla de ternura y humor- a veces levemente irónico- que recorre cada poema.

Si he mencionado la ironía es porque aparece, aunque muy suavizada por ese toque de sensibilidad que imprime la autora a sus versos, pero que no pasa desapercibida a los lectores. Un ejemplo es el poema 6 del libro, que dice: “No te arañes la oreja/ que se va a estropear/ y las mujeres deben ser bonitas,/para atraer al hombre/ y cumplir su función./No te olvides de usar/ zapatos de tacón”… Aparece un doble espacio, como parte de ese juego irónico, y después el contrapunto final : “Esto decía mi abuelita” que echa por tierra el supuesto consejo “femenino” que a más de una les resultará familiar. Un poema que, como es de esperar siempre en su autora, esconde el deseo- acaso utópico- de que la función de la mujer, de todas las mujeres sea, algún día, diferente.

Pero, como dije antes, es la ternura la que invade la mayoría de sus poemas. Una ternura atemperada con el humor, con la alegría que sólo es posible por el asombro de la niñez ante su descubrimiento del mundo que está en ese “desbarajustar las cremalleras” o en “desalojar la caja de orejones”.

Porque, entre otras cosas, la niñez es también aprendizaje y Julia estimula ese afán por descubrir de su nieta y se hace su cómplice para contemplar cómo “va asimilando los peligros/ en tu (su) vertiente quebradiza”, y aprende a dar las gracias y a decir hasta luego, al mismo tiempo que observa cómo su madre está atareada “templando cuidadosa/ la sombra rumorosa de los álamos.”, unos hermosos versos finales del poema 12, que nos remontan a un paisaje machadiano.

E, inevitablemente unido a la ternura, surge ese deseo de compartir, petición que la autora, o mejor, la otra protagonista de este diálogo, hace a la niña para que se sume a sus viajes vitales, a sus aspiraciones, sus sentimientos, al conocimiento de su propio corazón, al asombro que supone el existir.

Surge la separación, y esa distancia física se quiere suplir con el recuerdo, pero tal parece que no basta, y la ausencia se siente, como si, igual que los cuentos, tuviésemos que empezar con “erase una vez”, para dejar constancia de la lejanía, aunque, en esta ocasión, atesoremos la esperanza del regreso. Una vuelta a la niñez a través de la palabra; a la niña que se echa de menos “por las rosas,/el trompo, los teléfonos,/las campanas, las risas…/

Y es que, la presencia de la niñez trae consigo la magia por la que “se deslumbra todo el firmamento”, hace posible viajar hasta la luna y descubrir que es la risa “el sonido más feliz”. Por eso, en la última estrofa del poema número 30 que cierra el libro, Julia escribe:”Me gusta especialmente tu ejercicio/ de reír o llorar en cada trance/según las circunstancias./Y que lo quieras compartir conmigo.”

A medida que nos adentramos en sus poemas, nos damos cuenta de que Julia Gil nos está descubriendo o recordando algo que ella sabe desde hace tiempo: que nada deja mayor huella que la palabra, y por eso la cuida especialmente.

De esta manera, con un lenguaje sencillo, pero lleno de imágenes, de colorido y sensualidad, combinando los elementos líricos con los narrativos, el diálogo y la reflexión, nos rescata y nos hace valorar las pequeñas cosas, lo que a simple vista nos parece insignificante, para que lo contemplemos de nuevo con esa mirada de la infancia que imagina, inventa, viaja…,en definitiva, vive con intensidad su momento.

Así Julia consigue, no solo recuperar su infancia en la de su nieta, sino ofrecérnosla para que la disfrutemos, iluminando con la palabra los días grises, para que olvidemos, siquiera por unos instantes la realidad que, muchas veces, nos golpea, y volvamos a ese tiempo misterioso y mágico de la niñez donde todo es posible.

FIN