Reseñas

Profesión de descreencia- Por Ángel Sánchez

Suplemento de La Provincia/DLP

Sábado 22 de julio de 2017

Cultura

Profesión de descreencia

En 104 poemas Cecilia Domínguez Luis alude a obras y personajes del repertorio bíblico, casi siempre confrontándolos a la realidad terrenal

 

ÁNGEL SÁNCHEZ

 

¿En qué quedan los dioses que inventamos una vez descabalgados de sus peanas? En mero derrumbe estatuario, sus rostros desfigurados, sus cuerpos sin cabeza, no llegando a saberse si fueron Hera, Minera, Apolo o Zeus interpretando con expertización arqueológica los pliegues de sus peplos y la conformación estilística de su desnudez originaria. En carne de cañón, en tiro al blanco, si consideramos con cuánta saña los soldados del Duque de Wellintong, después de la batalla de Los Arapiles, allá por 1812, tomaron como diana de su diversión fusilera aquellos santos, profetas y personajes bíblicos que poblaban las hornacinas de la fachada de la Catedral de Salamanca, hoy vacías, desangeladas y sin posible refacción. Desde las ventanas del Palacio de Anaya, donde residía antiguamente la Facultad de Filosofía y Letras, el catedrático de Historia de España Miguel Artola, llegado el momento de explicarnos la invasión napoleónica, nos señalaba por las ventanas del aula el resultado de tal pillaje, y maldecía la insania de la diversión soldadesca haciendo trizas aquellas joyas de la escultura gótica. También Migue de Unamuno sostuvo en sus tiempos el mismo argumento: la aversión con la que la tropa ebria de victoria y vino castellano hacía añicos las venerables figuras de cantería color siena de La Flecha, junto al río Tormes, lugar de retiro de Fray Luis de León, por cierto.

Estas memoria personales vienen a cuento según avanzamos en la lectura del poemario más reciente de la escritora orotavense Cecilia Domínguez Luis, el último que sepamos editado desde Cuadernos del orate (2014).Claro está que las citas que encabezan el rumbo de su contenido: una de Hermann Broch “(…)acerca de la no divinidad de los dioses”, y otra de Rafael Arozarena (“No sabemos por qué nos plantaron en el huerto”).Y es que la “profesión de fe” de la poeta revierte abiertamente ese título, dando más bien como resultado una “profesión de descreencia” en los dictados de la divinidad, descubriendo las cartas marcadas con que juega el “juez eterno”, expresando la comenzón que produce lo impuesto por ese dedo miguelangelesco que muestra la cubierta de Ramón Buzón saliendo de un papel blanco arrugado, feliz diseño que prefigura el contenido de Profesión de fe.

Acaso la derivada crítica presente en este poemario no llegue a ser teofobia o teoindiferencia, pero sí un nítido cuestionamiento del patriarcado divino, siguiendo aquella máxima de su unigénito: “ Por sus obras los conoceréis”, que se muerde la cola como las pescadillas, una vez aplicada a la presencia o ausencia de su divino padre entre las criaturas hechas “a su imagen y semejanza”. En 104 poemas cortos Domínguez Luis alude a obras y personajes del repertorio bíblico, casi siempre confrontándolos o contraponiéndolos ala realidad terrenal, en un punto de proyección reflexiva que devuelve a lo vivo lo pintado. Aquí comparecen alusivamente Jonás, el becerro de oro, las trompetas de Jericó, Caín, el carro de fuego que arrebató a Elías, el crucificado desnudo, la triple negación de Pedro, la pugna de Esaú y Jacob por un plato de lentejas, etc. Mas si la fuente es monotemáticamente la Bibliala reflexión puede fluctuar entre el decidido renuncio y la inane comprensión. Acción y reacción, ta es el método. Un ajuste de cuentas de tú a tú entre la poeta y el dios cristiano que le tocó en suerte, el que pasa por ser “principio y fin e todas las cosas”. Frente al absoluto, la nada: en medio la duda, la certeza y la posverdad.

A este dios Cecilia le echa en cara (…) su eterna indiferencia/por las ciudades arrasadas”, Visto lo visto y lo vivido “(…)supe del engaño/y no me quedó otra salida/ que ponerme en tu contr.”(pag.89). El lector sigue página a página el memorial de agravios suministrados, ese mester de descreencia por la historia humana, a cuya tutela se encuentra con una divinidad indiferente, fallida, ausente. Una sutil renegada es esta sutil C.D.L., que profesa la fe poética confesional con tan áspero leitmotiv temático, trazando una acerada diatriba contra herencia cultural tan decisoria como es la fe religiosa; haciéndose portavoz de la humanidad sangrante, de los agraviados: “(…)Mejor es que te niegues/ y vuelvas a la nada (pag.65), Un borrón que la hace ir a congtrapelo de la hipocresía lectora creyente, dado que maneja el azar que hace que el dado que lanzó Agustín Espinosa caiga por la cara número cero, le Néant sartriano, el blanco absoluto de la Nada.

¡Qué lejos estamos de la mística alienada de Santa Teresa de Jesús, del barroco orgiástico/onírico de Sor Juana Inés de la Cruz, de la poderosa Hroswitha de Gandersheim, de tanto arrobo, sumisión y estigmas! ¿Es posible una anti-mística en el mester poético? ¿Está dios en los selfis que se hacen los visitantes en Auschwitz sonriendo? Nos imaginamos a Donald Trump como agente empoderado de la divinidad decisoria: “Cada día/ siento el galope de tus cuatro jinetes./Me pregunto a qué esperas/ para apretar el botón que nos deshaga” (Pag.73)

No sabemos con qué poema ejemplificar el tono de este libro. Ya el lector o lectora fijará sus preferencias. Nos quedamos con un conclusivo aserto que sitúa tal ausencia en el marco cósmico, culmen de la eternidad divina como materia en movimiento: “Día a día/se gastan los planetas,/pero Tú/ nunca has salido de Ti mismo.”(Pag.75)

Parece llamativo que con tal retablo de desastres, frustraciones, muestras empíricas de no-divinidad, Domínguez Luis construya un poemario de tanta perfección  estilística, conceptualmente subrayado de ética racional, trazando una fenomenología utilitaria de la descreencia, planteando una lírica de combate-veces con guante de seda, otras con guante de boxeador- compartible por quienes militamos en la belleza convulsa del negacionismo divino. El suyo es pues un libro importante, la absoluta madures de quien recibió el último Premio Canarias de Literatura, concedido en 2015. En su lírica brilla el grano limpio y brillante después que la saranda cerniera el tamo para resolver en un poema de cuatro versos un estallido de realidad, cosecha de cereal literario de primera calidad.

Queda claro que la verdadera profesión de fe de Cecilia Domínguez Luis, una de las voces capitales de las letras isleñas y del  idioma en general, es la mera poesía. Queda leído que es una mujer que no levita si no es para descreer

De batallitas pasadas como creencias inmutable de generación en generación, de milenio en milenio, apuntaladas por el miedo del humano a morir sin más. Una poeta que devuelve a la especie humana, a la tierra, al páramo, al mar sobre los trigos, al barro y a la arena la propiedad divina de la que han sido enajenados por el gran ausente, que es como lo suele llamar. “Ni salmos ni sangre derramada/sin campanas al vuelo./Hoy solo nos redime/el canto de los pájaros al alba.»