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Sobre Profesión de fe

PROFESIÓN DE FE, de Cecilia Domínguez

Juan José Delgado

El curioso título del poemario de de Cecilia Domínguez que hoy se presenta, Profesión de fe, con una cuidada edición de la editorial Baile del Sol, da un salto atrás y se posa provisionalmente en  la novela de Rousseau, El Emilio o la educación (1762), en donde, en el libro IV, se incorpora un ensayo teológico titulado Profesión de fe del vicario Saboyano. El filósofo expone allí que el ser humano no debe atender tanto al entendimiento ni a la razón cuanto procurar una búsqueda en su interior, pues es ahí, en ese territorio propio y abastecido de sentimientos íntimos donde una conciencia consigue sentirse  semejante a Dios. Con ello pondrá  en jaque el conocimiento de los asuntos divinos que procedan de lo que está escrito y predeterminado en los libros; solo  desde una conciencia libre y activa  puede revelarse la auténtica religión , la religión natural.

Apostaría que Cecilia Domínguez no necesitó estas referencias ni para poner título a su libro ni para desarrollar los diversos contenidos que están en el poema. Se ha citado aquí a Rousseau con el fin situar meramente un marco general de confluencia de ideas. Los 104 poemas que componen Profesión de fe se hallan libres de toda influencia que no sea la de su variada y destacada obra poética.

Sus poemarios anteriores muestran la diversidad temática que compone su universo poético: recorre poéticamente desde las cosas cotidianas y menudas hasta los más complejos y trascendentales asuntos. La autora, en cada caso, adopta una posición, una actitud ante el mundo verbal que está libremente desencadenando. La constatada variedad temática acaso sea la fórmula que la poeta emplea para ir de a poco y paulatinamente dando cuenta y verbo de la gran complejidad del mundo así como de la sorprendente conciencia de quien lo está aprehendiendo y significando.

Para Cecilia Domínguez, el mundo de la realidad no basta: necesita revestirlo de un sentido y de un espíritu que solo puede captar  la palabra poética desde una conciencia activa y creadora, libre de toda referencia externa, promotora de una nueva visión que, por lo general, contradice la aprendida y estancada realidad. La poeta no renuncia a percibir el mundo que le ha tocado vivir; pero siempre a sabiendas de que es un mundo insuficiente, nunca completo pues le falta un sentido. Un sentido que sólo puede infundir la autora mediante la acción creadora que el lenguaje poético le concede. Se parte de la realidad sensible para lograr, mediante el proceso creativo, una nueva realidad, autónoma, orgánica, impulsada por unas fuerzas que se hallan en constante tensión. En una doble tensión: un mundo real en contraposición con una realidad poética que va emergiendo de él; y también, tensión en ese mundo poético que se ha impuesto la tarea de indagar en la realidad invisible de las cosas o en el más allá del cúmulo de ideas y creencias  aprendidas como realidades inmutables.

En la poética de Cecilia Domínguez nada está definitivamente hecho, todo está por hacerse. La poeta parece tener el presentimiento de ser la dueña de una conciencia que ata lo mundano concreto con un espíritu vago, huidizo, trascendente, Funda en el poema un trozo de mundo que prolonga o superpone el de la burda realidad sensible. Cuanto más se adentra en sí misma, en sus intuiciones, imaginaciones y emociones, más desentierra los secretos que la cara superficial de la realidad oculta.

¿Dónde estaba el secreto, dónde el misterio antes de ser revelado? Estaba en la poeta, en una poeta que establece una comunicación o vínculo casi religioso entre su activa conciencia creadora y la realidad consuetudinaria del mundo. Hallar ese punto extraño requiere una tarea, una profesión que va más allá de toda razón o creencia.

La poeta ha nacido en medio de una cultura que ha marcado a fuego una ingente cantidad de hechos que pasan por incontestables. Los hechos histórico-culturales ya están establecidos, y ordenados y siempre se encuentran a punto para que, quien haya recibido esa enseñanza y amaestramiento, los acepte, los reconozca y los reproduzca.

Pero Cecilia Domínguez no acepta que en su poema impere nada que no haya pasado por su conciencia. Así que, en este poemario de temática aparentemente religiosa, la autora pone en entredicho muchos de los pasajes de la Biblia, tanto del Viejo Testamento como del Nuevo Testamento.

Se pone en cuestión las Sagradas Escrituras pues las referencias o pasajes que componen el libro sagrado deben pasar por la conciencia de la autora, quien se va haciendo dueña y fundando, poema tras poema, una realidad de carácter poético, íntimo y autónomo. La poeta emprende una tarea de desacralización, a distancia de los hechos y doctrinas derramados por un libro o por una cultura que no admiten discrepancia alguna y que se mantienen petrificados e inmutables.

Cecilia Domínguez, como en tantos poemarios anteriores, mantiene el tema recurrente de la ausencia. El yo se encuentra solo en el mundo y clama a un tú, que en este libro, se configura como un Dios que no quiere mostrarse  pero que se muestra impasible ante una Humanidad y un yo dolientes. Es el Dios que nos han enseñado y con el que querrá comunicarse el yo. La poeta, en su soledad, desea expresar sus reflexiones, sus pensamientos y sentimientos. La soledad conduce a la palabra porque solo el lenguaje puede conjurar ese sentimiento. Y lo conjura porque la palabra busca al otro, aun cuando el otro mantenga siempre oculta su presencia. El yo desea expresar sus intimidades a una segunda persona, a un Tú que va insinuándose como identidad  divina a medida que se van sucediendo las alusiones que se hallan reflejados en las páginas del Antiguo y Nuevo Testamento. De ahí se extraen los muchos pasajes reconocibles de la Biblia. Con esa materia prima trabajará la poeta, con el fin de obtener, en el poema, una versión distinta, propia, poética, humana. Las palabras de la poeta salen de la tierra. El poemario no refleja la búsqueda de una prueba de la existencia de Dios. La poeta abandona ese propósito y descubre que es ella la que se busca “en la perecedera realidad de la tierra (84)

Ilustremos lo dicho con uno de los  poemas:

20

Te dicen creador de mí, hace siglos, 
después del agua, el sol y las rapaces, 
pero yo no recuerdo ese aliento inmortal 
que aseguran insuflaste a mi cuerpo,  
hecho a imagen y semejanza tuya.
Yo solo tengo memoria
de este barro.

 

Son abundantes los pasaje bíblicos intervenidos por la autora. Una autora que se muestra siempre discrepante, en combate con un Tú que actúa con violencia contra el mundo y la Humanidad. A veces humaniza a Dios ante la destrucción que desencadena. Lo trata como a un tirano vulgar que, para asegurarse la posesión del mundo, tiene que hacer uso de la violencia, del castigo implacable, de la destrucción apocalíptica. La poeta va considerando que hay que aprender algo nuevo: negar a ese Dios, que es el Dios del sufrimiento y de la muerte. De un Dios que es el primero en incumplir sus propios mandamientos.

La poeta combate contra esos designios preestablecidos; muestra una rebeldía que se ofrece como signo de vida  y una muy distinta “profesión de fe”. Es así cómo la poeta se va adueñando del mundo que está creando mediante el proceso poético: y de ese modo va entrando en una nueva dimensión: se siente, como mínimo, como una parte de Dios. Y ello, con todas las consecuencias: el ser humano también se vuelve impasible e indiferente cuando contempla el sufrimiento de la humanidad.

Repito: no es un poemario religioso. Juan Ramón Jiménez consiguió en su última etapa poética, que bien podría denominarse fase mística, identificarse y fundirse con la divinidad. Cecilia Domínguez sólo ha querido acercarse íntimamente a la idea de un Dios que sólo podrá descubrir dentro de ella, en el caso de que ella consiga recrearlo. Es una búsqueda que acaso se emprende y realiza, como diría Salinas en La voz a ti debida: “te busqué por la duda”.

La poeta vive en medio de las incertidumbres y soledades. Es un ser precario que necesita levantar mundos nuevos, detectar las ausencias y darles forma y sentido. Cecilia Domínguez nos ha ofrecido con este libro una recopilación de poemas humanos, demasiado humanos. Ha intentado la búsqueda de Dios para sentirse en plenitud consigo misma. Y este punto abre posibilidades de aproximar su libro en las inmediaciones de la poesía existencial.