SOMBRAS CHINESCAS (2ª parte)
«¡Ah, sí, lo tengo, BDSM quiere decir: Buena, Delicada y Seductora Mujer! ¡Madre mía, me está pidiendo matrimonio! ¡Cómo va a dolerme una cosa así!» pensó Tatiana mientras se ponía a temblar como si estuviese en el Ártico en camiseta, al mismo tiempo que se ruborizaba por quintuplicado.
Con la boca abierta, pero sin poder decir “esta boca es mía”, con perdón por la redundancia, sus grandes y bellos ojos (ya empezaba a reconocer que los tenía) se dieron cuenta de que, tras la pantalla, las 50 sombras del Rey representaban una obra teatral. Muda, eso sí. No se oía más que una música de fondo que, lejos de ser china, como esperaba, se parecía mucho a la de la película Nueve semanas y media.
El espectáculo era un tanto extraño. Las sombras se pegaban latigazos, en salva sea la parte, componían figuras extrañas, como de niños gateando, se ataban, se abrazaban como si estuvieran en plena lucha libre, se tiraban al suelo, se arrastraban…
-¿Te ha gustado, Tatiana?
-¡Oh, sí, muchísimo- subidón de rubor- pero, la verdad, no la entendí mucho. Era como una batalla o algo así ¿no?
El sorprendido ahora era Richard quien se hacía preguntas como: «¿Habré dado con una pánfila, una ingenua o, lo que es peor, una virgen? ¿Será del Opus y se ha tomado al pie de la letra la canción de Amo a Laura?»
Pues sí, ella se lo confirmó (lo de la virginidad solo, claro, para su tranquilidad) y él no pudo reprimir una sonrisa masculina, muy masculina, de triunfo y algo más.
A un chasquido de sus largos y cuidados dedos, las sombras trajeron unas bandejas llenas de suculentas viandas.
Tatiana, que con tantas emociones tenía el estómago hecho un nudo, intentó rechazar toda aquella comida.
-Tienes que comer, pequeña- le, digamos, sugirió su hombretón- Debes estar fuerte.
Tatiana se preguntaba “estar fuerte para qué”, pero al punto recordó los consejos de su amiga Catalina y, sumisa, empezó probando un canapé. La verdad es que estaba riquísimo, y como comer y rascar todo es empezar, los dedos se le hicieron huéspedes y la boca no paró de trabajar, con gran contento de su amado Richard.
Al comprobar lo feliz que estaba, Tatiana se dijo que había hecho bien en complacerlo,y se emocionó y se ruborizó con sólo imaginar lo que seguiría. Y fue tanta su excitación- en todos los sentidos- que ni siquiera pudo pensar que aquel interés de Richard porque se diera un atracón, a lo mejor tenía algo que ver con el cuento de Hansel y Grëtel.
Aquella noche fue el primer beso, más lo que siguió, y Tatiana lo perdió todo menos esa cualidad tan suya de ruborizarse y decir ¡Madre mía!. Eso sí, se ganó alguna que otra nalgada que, encima, la puso a cien, la hizo sonrojarse y decir ¡madre mía!
-Bueno, hermosísima mía, desde ahora ya sabes que “aunque quieras o no, yo soy tu dueño.”
Tatiana se preguntaba de dónde le vendría a su Rey ese gusto por las rancheras, cuando Richard interrumpió sus pensamientos.
-Ahora sólo te queda aceptar y firmar el contrato de BDSM, pero quiero que te lo pienses.
Pero Tatiana no estaba precisamente en las mejores condiciones para pensar.
Sin darse cuenta, se vio en el coche y frente a su apartamento.
Un beso, con apretón de collar incluido, que casi la deja sin resuello, y ahí está nuestra heroína pulsando el botón del ascensor, como una zombi.
Catalina la esperaba. No hizo falta siquiera que hablara. Con solo mirarla, su amiga comprendió lo que había pasado (bueno, no todo). Tatiana tampoco quiso entrar en detalles- se lo había prometido a su Rey- pero sí le dijo que le había propuesta matrimonio y que quería firmar ya el contrato, aunque le pidió que se lo pensara.
-Además, me lo pidió de una forma tan original…Pero no me costó nada adivinar lo que se escondía detrás del BDSM..
-¿-
-Pues está muy claro, Catalina: quiere que sea su Buena, Delicada y Seductora Mujer
Catalina tampoco cayó en la cuenta, porque ese día estaba un poco obtusa y claro, como Tatiana le había facilitado la traducción de las siglas, tampoco se le ocurrió mirar en la Wikipedia.
-¿Y ese collar, no es un poco raro?- menos mal que de algo si se había dado cuenta.
-Sí, la verdad es que Richard tiene unos gustos algo extraños pero…
Desde que Catalina supo que las tachuelas eran de oro blanco, dejó de hacerle pregunyas.
-¡Menudo chollo te has encontrado! Todavía no me lo creo.
-Y todo gracias a ti y a tus consejos…¡Funcionaron, Catalina! Además te diré que Richard me hace sentir como una diosa.
-Bueno, pues creo que ha llegado el momento de decírselo a tu madre ¿no?
-Ah, sí, mi madre. ¿Puedes creer que me había olvidado de ella?
-Pues sí que te ha dado fuerte…
(Continuará)