Entrevista hecha por Antonio Jiménez Paz
– Desde hace muchos años tú eres una de las escritoras que se granjeó la amistad personal y literaria de Rafael Arozarena, recientemente fallecido. ¿Cómo describirías su talante y la importancia como escritor? ¿Era difícil hacerse amigo de Rafael? ¿Qué puedes decir, recordar, contar de él que no se haya dicho todavía? ¿Cuál fue la clave de tu amistad y vinculación con él?
Conocí a Rafael Arozarena en los últimos años de la década de los 70. Por aquel tiempo iba yo “en busca del tiempo perdido”, tanto literaria como personalmente, aunque mi timidez (aunque parezca mentira) me limitaba bastante, sobre todo en cuanto a relaciones personales, y no te digo nada en eso de acercarme a los escritores que, por aquel tiempo empecé a leer y a conocer… Así que una amiga, Danielle Sotto, conocedora de mi “problema”, me llevó, un viernes por la noche y casi a rastras, al ARKABA, un bar donde se reunía gente amante de la literatura y del arte, de lo más variopinta, en torno a Rafael Arozarena (en aquel tiempo trabajaba como ATS en la Casa del Mar-hoy cerrada- que estaba justo al lado de ese bar) y a Isaac de Vega, su inseparable amigo de tantos años, en la literatura y en la vida.
De esa noche recuerdo mis nervios, la alegría vital de Rafael y la mirada que, en ese momento, me pareció perdida en pensamientos inalcanzables de Isaac. Bueno, tal vez fuera ya algo condicionada porque Danielle me había regalado su novela Fetasa, que leí dos veces, para intentar comprender el mundo extraño y atrayente que encerraba. Nada que ver con Mararía que también había leído, casi de un tirón y me había despertado el deseo de conocer la isla de Lanzarote, que aún no había visitado.
Con ese pequeño bagaje de lectura y el nombre de “fetasianos” , que en ese momento no tenía ni idea de qué significaba me acerqué a aquella mesa, no sin antes pedirle a mi amiga que, por favor, no dijera que yo escribía, que ya lo diría yo más adelante. Claro que no contaba con que Isaac se dirigiera a mí para preguntarme “Y qué, muchachita ¿tú también escribes?” A mí casi no me sale la voz para contestarle de que, bueno, que sí, que algo hacía, pero que sobre todo escribía poesía. Entonces Rafael se volvió y me dijo, con el entusiasmo que le caracterizaba que eso era estupendo y me invitó a que, en la próxima tertulia llevara alguno de mis poemas.
Yo, desde luego, no le hice caso y, al martes siguiente (las tertulias eran los martes y los viernes, días en que Rafael tenía guardia nocturna), ya más decidida por la acogida que tuve, no solo por parte de Rafael e Isaac sino de todos los tertulianos de esa noche que me hizo sentir cómoda, me presenté en el Arcaba sin un solo poema.
No me dijeron nada (estoy segura que los dos “fetasianos se dieron cuenta de mi inseguridad). Algunos de los tertulianos sacaron sus poemas o sus cuentos; a veces los leían en voz alta y otras se limitaban a pasar los folios a los demás.
Allí se hablaba y se discutía de literatura y de arte, pero también de otras cosas- incluso había algún que otro esotérico- y, sobre todo, se fomentaba la creatividad y la imaginación; algo que Rafa sabía hacer, inventándose historias sobre la marcha, jugando con las palabras, dándoles la vuelta.
Yo, por lo general, hablaba muy poco. En ese momento lo que más me interesaba era impregnarme de todo lo que se decía, sobre todo cuando hablaban Rafa e Isaac, hasta que, un día, cuando ya era una tertuliana habitual, apareció Roberto Cabrera con un diccionario de sinónimos y antónimos y a Rafa se le ocurrió decir, guiñándome un ojo para que entrara en el “juego”: ¡Oh, qué bien, la novela de Simónimo Antonino y yo, no sé ni cómo- imagino que “animada” por alguna copita, se me ocurrió contestarle:¡Ah, sí, Simónimo Antonino o Los cantos rodados de Teobaldo el Pobre!
A partir de ahí el juego no se hizo esperar y nos inventamos, entre los dos una disparatada historia repleta de equívocos y juegos de palabras. Fue ese el momento en que me sentí plenamente integrada, aunque todavía no me había atrevido a llevar un poema.
Todo se precipitó (en el mejor sentido) a raíz de un recital que –creo que fue Amnistía Internacional- se organizó en el Colegio de Arquitectos y al que invitaron a varios escritores jóvenes, entre ellos a mí. El recital se celebraba en la planta baja, y el público se ponía alrededor de la mesa en la que estábamos o asomados en la parte alta. A mí se me ocurrió mirar para arriba y me encontré, en primera fila a Rafael y a Isaac. ¡Imagina mis nervios! Pero ya no había remedio, así que saqué mis poemas y los leí (seguro que bastante mal).
Cuando acabó el recital, los dos “fetasianos” me abrazaron y me felicitaron y en ese momento me sentí casi un personaje. Ya se había caído el muro que me impedía llevar mis escritos a la tertulia (pienso que parte de él estaba construido con cierta dosis de orgullo o vanidad y otra dosis de autocrítica feroz), así que empecé a llevar poemas al Arkaba, aunque, eso sí, no los leía en voz alta.
Rafael siempre estaba animándome y casi todo lo que llevaba le parecía bien. Isaac era más duro, más crítico y muchas veces me decía: “rompe eso chiquita, que no sirve” Y yo le hacía caso, sin ningún problema. Isaac tenía razón, el poema era bastante malo y yo lo sabía casi antes de que me lo dijera.
Pero dejémonos de tertulias y pasemos a mi amistad con Rafael que no se limitó sólo a los martes y los viernes en el Arkaba.
Rafa y yo teníamos una amiga en común y muchas veces, por las tardes, íbamos a su casa a merendar unas exquisiteces que Rafa se encargaba de comprar o de hacer (era muy buen cocinero). Eran unas tardes llenas de júbilo imaginativo. A Rafa siempre se le ocurría algo para “mover” nuestra fantasía, para hacernos reír con sus ocurrencias.
Recuerdo que una de esas tarde bajé un radio casete (no se si ya se escribe así) con una cinta. (Ahora no sé si Rafael me pidió que la llevara o cuál fue el motivo de que apareciera yo allí pertrechada con mi pequeño equipo). El caso es que yo, en ese momento, jugué el papel de maestra de ceremonias que tenía que presentar ante un público- estudiantes imaginarios – al conferenciante “Don Tadeo” que les iba hablar de La papa y otras importantes cosas (Aún conservo la cinta)
Casi siempre se nos hacía de noche sin darnos cuenta y yo tenía que regresar “volada” a mi casa (mis hijas eran pequeñas, y, aunque mi madre se quedaba con ellas, no me gustaba estar mucho tiempo fuera). Recuerdo las risas de mi madre cuando le puse la cinta y su comentario de “¡menudo disparate!”
Realmente pienso que, lo que más influyó en nuestra amistad fue nuestra pasión por la literatura, el disfrute con los juegos imaginativo-literarios- que nos inventábamos siempre (él me descubrió a mí misma en este sentido), nuestro amor a la vida y a las pequeñas cosas.
Su poesía fue para mí un descubrimiento extraordinario. Recuerdo que él mismo me prestó El ómnibus pintado con cerezas– para mí uno de los mejores de Rafael- porque estaba, hacía tiempo agotado en las librerías y él sólo tenía aquel ejemplar.
Me atrapó de tal manera que, con toda la poca habilidad manual que yo tenía y tengo, copié todo el libro y le hice una portada igual (bueno, en lo que cabe) a la original. Se lo llevé, una de aquellas tardes de merienda y Rafa se emocionó y me escribió, en toda la primera página, una preciosa dedicatoria. Fue un domingo- no recuerdo ahora de qué mes- de 1980. Desde ese momento tuve la convicción de que Rafael era, ante todo, poeta, un gran poeta en la escritura y en la vida.
Yo ya había perdido todo reparo en llevarle mis poemas y lo hacía sabiendo que en él no había complacencia, que me iba a decir mis fallos y mis aciertos, que me iba a acercar a otros grandes poetas a los que acudir para seguir aumentando mi bagaje, todavía demasiado pobre y disperso. Nunca me decía cosas como “en lugar de esto, pon aquello”, simplemente me invitaba a reflexionar sobre lo escrito, a dejarlo reposar unos días y volver sobre ello y, sobre todo, me contagiaba de su júbilo de escribir.
También hicimos algunas excursiones por lugares de la Isla en los que yo jamás había estado, parándonos a cada momento para contemplar alguna flor, algún pájaro, un árbol o una piedra, y escuchar las explicaciones de Rafael que nos aproximaba tanto a aquella naturaleza que llegábamos a sentirnos parte de ella.
Durante la comida, hablábamos de todo, de lo divino y lo humano, de los amigos, de la infancia- la de Rafael muy feliz, a pesar de las ausencias-de nuestros deseos y nuestras fobias y, en ese momento no era Rafael el escritor sino el amigo, el cómplice que aplaudía nuestros logros o lamentaba nuestros fracasos, aunque siempre sabía darles la vuelta para convertirlos en oportunidades de aprender.
Desde luego creo que nunca agradecerá lo suficiente a la vida y a Danielle, la oportunidad de haber conocido a unas personas – Rafael e Isaac- que me enseñaron, sin proponérselo, tantas cosas de la vida y la literatura.
– Fuiste presidente (¿o presidenta?) de una institución cultural tan emblemática como el Ateneo de La Laguna… ¿La primera mujer-presidente de toda su historia? ¿Algún significado particular? ¿El Ateneo se ve igual el Ateneo por fuera y por dentro?
– Esta segunda es una reflexión amplia a partir de la experiencia concreta anterior e intentando escarbar en tu forma de pensar sobre el tema de la paridad, sobre la creencia o necesidad de las mujeres en puestos de poder para que cambien las cosas, etc. No más de 10 líneas y «contándome a mí».
– Tras esta experiencia, ¿tú crees que el hecho de ser mujer y alcanzar un puesto de responsabilidad es suficiente para renovar las instituciones por dentro, aportar nuevos horizontes, o crees que los cambios -en caso de que los creas posibles- se sustentan en otros principios?
-En primer lugar, no fue corto, duró dos años, lo que dura una “legislatura” en el Ateneo. Soy de las que piensan que no hay que eternizarse en ninguna parte y es muy saludable la renovación. Yo ya había estado tres años en la vicepresidencia y pienso que fue suficiente.
No fui la primera mujer presidenta (si existe el femenino ¿por qué no usarlo?). Mª Carmen Martínez lo fue antes. Ella estaba en la vicepresidencia cuando era presidente Juan Manuel García Ramos y cuando este tuvo que abandonar su cargo para dedicarse a la política, Mª Carmen asumió la presidencia hasta que se cumplió el plazo y hubo nuevas elecciones. No sé a qué te refieres con lo del “significado particular”; si es por lo de la presidencia, lo único que intenté fue hacerlo lo mejor posible y siempre con el acuerdo de la Junta que, afortunadamente se mostró siempre muy colaboradora. Claro que, he de confesarte que a veces era un poco tajante, sobre todo en lo del horario de las reuniones de la Junta. Yo siempre decía que si se empezaba a las ocho se tenía que terminar a las diez, así que no dejaba que nadie se fuera por los “cerros de Úbeda”. No sé si es virtud o defecto( a veces un poco de los dos), pero siempre me ha gustado “ir al grano”.
Por supuesto que no se ve igual el Ateneo desde dentro. Para que funcione hay que “echarle” muchas horas, mucha ilusión y empeño. Tienes que tener mucha mano izquierda (lo que no es mi fuerte), sobre todo a la hora de pedir ayudas económicas o cuando tienes que rechazar alguna propuesta por no parecerte apropiada para la institución que presides.
-Desde luego el que la mujer y el hombre compartan puestos de responsabilidad, sea en el trabajo que sea, es muy enriquecedor para ambos, ya que se aportan diferentes perspectivas, sensibilidades diferentes ante un mismo asunto. Lo que ocurre es que todavía una gran parte de la sociedad no tiene muy claro el papel de la mujer y pueden más los prejuicios a la hora de valorar su trabajo que una visión, cuando menos imparcial. De ahí que a la mujer le cueste un doble esfuerzo cualquier tipo de reconocimiento.
En cuanto a mi experiencia, después de haber sido elegida presidenta y estando un día en la puerta del Ateneo, pasó un señor ( no sé si era socio), y me preguntó si era cierto que había sido elegida una mujer como “presidente”. Yo, sin darme a conocer le dije que sí, que era cierto. El señor me mira con cara de asombro y me pregunta: Pero ¿es que las mujeres pueden ser presidentes? Sí señor, parece que ahora nos dejan, le contesté.
Creo que eso te puede dar una idea de “por dónde van los tiros»
– Dejando al margen tus relatos infantiles y juveniles, ¿estarías de acuerdo con una interpretación de toda tu obra cuyo epicentro fuera el erotismo femenino, unas veces más solapado, otras tratado de forma más explícita?
Rotundamente no. Aparte de que eso sería simplificar demasiado, si te fijas, en mis primeros libros el amor no tiene demasiado protagonismo y sí mi relación con las cosas (Objetos) o la soledad, el aislamiento y la búsqueda de caminos estéticos (Presagios de sueños en las gargantas de las palomas)
Es a partir de Un cierto sabor ácido…., cuando mi escritura empieza a centrarse más en el sentimiento amoroso, que sigue mostrándose aunque menos directamente en mi siguiente libro y ya con más rotundidad quizá en el libro de relatos Futuro imperfecto, para culminar con Doce lunas de Eros, donde el erotismo – sin calificaciones de femenino o masculino, por favor- está manifiesto en cada uno de los poemas, aunque eso sí, es un erotismo más sugerido que explícito, como debe ser todo erotismo, a mi entender.
Pero pienso que, a partir del libro Para cruzar los puentes y sobre todo a partir de El libro de la duda, hay un nuevo giro en mi poesía, igual que en mis preocupaciones existenciales sin olvidar, por supuesto que el amor es un tema recurrente en la poesía, unido al de la muerte o al paso del tiempo.
– Como tú misma indicas el amor, la muerte o el paso del tiempo son temas recurrentes en toda escritura. Si esto es así, la cuestión que te planteo es la siguiente: ¿qué es lo que crees que hace particular cada texto, poema o narración, teniendo en cuenta que en todos los autores están presentes esos temas? Si partimos de lo común, ¿dónde residiría lo particular?
Desde Safo hasta nuestros días, pasando por Quevedo, Cernuda ,Luis Feria o Rafael Arozarena, los temas del amor, la muerte o el paso del tiempo- aparte de otros como el mar, la soledad etc- han sido “obligados” en toda poesía que se precie. ¿Qué los distingue? Pues nada más y nada menos que la manera de enfocar cada uno de estos temas (llámese forma, estilo etc). Hay que tener en cuenta (y esto ya lo he dicho muchas veces) que el o la poeta nace en una persona determinada, singular e irrepetible en su manera de integrarse en el mundo que la rodea, lo que hace que también su literatura, aun perteneciendo a una misma época histórica y a una misma geografía, sea esencialmente diferente. Este es uno de los argumentos en lo que me apoyo para rechazar la poesía con etiquetas ( llámese masculina, femenina y demás etiquetajes que tanto gusta poner)
– ¿Y la etiqueta generacional también la rechazas? ¿No consideras que aporta unos patrones parecidos, unos temas específicos… en definitiva, que comparten un presente y un futuro, una suerte común? ¿Qué consideras que te acerca o te aleja de los escritores de tu generación?
Sí, la rechazo porque no creo en ella. Lo de “generación” es, sobre todo un recurso didáctico que poco o nada tiene que ver con la realidad creativa y literaria. ¿De qué patrones hablas? Cada uno tiene una visión diferente de ese presente y ese futuro compartido, pues cada quien lo experimenta según su forma de ser, creer y sentir y esta, afortunadamente, difiere de un individuo a otro. Si no, ¡menudo aburrimiento! Casi te he contestado a la última pregunta, pero voy a ser más explícita. Siempre me he considerado independiente, con todas las influencias habidas y por haber, desde los clásicos a los actuales. He tratado durante toda mi trayectoria de encontrar mi propia voz y eso ya es bastante arduo. Por otro lado si de alguna generación soy es de la de ahora, pues continúo escribiendo.
Te plantearía una pregunta. Muchos “encasillan” a un escritor en una determinada generación por la fecha en que publica su primer libro. Pero ¿qué me dirías si, precisamente ese escritor escribe su mejor obra veinte años después? ¿Cuál sería entonces su “generación”?
En cuanto a los temas, tampoco creo que existan temas específicos de una época, aunque es cierto que unos se ponen más de “moda” y siempre existen escritores que quieren “ir a la última”. Me parece estupendo, pero no comparto esa idea de la creación. Creación es o debe ser sinónimo de libertad- dentro de unos valores estéticos indudables- y seguir una moda ya te está privando de ella.
– Considerarse una escritora independiente, como tú misma te declaras, ¿es una forma de definir tu escritura como singularidad o de defenderte ante un gremio, el de los escritores, un sector de lo más arribista y de zancadillas según confiesan algunos? ¿Cuál es tu visión de este colectivo en Canarias?
En ningún momento me he intentado defender de nadie, porque nadie me ha atacado ni veo razón alguna para que lo haga. Respeto lo que hace cada uno aunque no comparto esa formación de corrillo o grupos – me refiero a los literarios que son los que más conozco- que excluyen a otros, porque es una práctica que nos lleva a un mayor empobrecimiento del panorama de la literatura.
También tengo que decir que hay muchos escritores que nos sirven de ejemplo, no sólo por su escritura sino por su manera de plantearse la vida, sus relaciones con el otro, su compromiso con el mundo; y esto nos redime de muchas, llamémosle “flaquezas”.
En cuanto la existencia de arribistas o no o de supuestas zancadillas, pues es una lástima que sea una realidad que vemos cada día, sobre todo en colectivos que deberían apoyarse, aportar ideas, unir fuerzas. Pero es cosa sabida que eso del “quítate tú para ponerme yo” ocurre, desgraciadamente en cualquier faceta de la vida, ya sea familiar, laboral, artística etc. Además, te aseguro que esto no ocurre solamente en Canarias. La envidia, los celos, el afán de pasar por encima del otro es tan viejo como el mundo ¡qué le vamos a hacer!
– Teniendo en cuenta las numerosas publicaciones tuyas hasta el día de hoy, una reflexión: ¿qué dimensión crees que has alcanzado como escritora fuera de las islas? ¿Y dentro? ¿Hasta qué punto es negativo para cualquier escritor (poeta, novelista, ensayista…) no reconocérsele su labor? ¿Podrías formar parte tú de uno de estos casos?
No tengo ni idea de si he alcanzado alguna “dimensión” como escritora fuera de las islas o dentro de ellas. Tampoco creas que me importa demasiado. Hombre, siempre es un estímulo, sobre todo para tu vanidad, el que te reconozcan por un trabajo- sea el que sea- al que has consagrado la mayor parte de tu vida, pero en ningún momento eso me ha condicionado ni creo que, a estas alturas, me condicione para seguir con mi primera vocación que es la escritura.
Si es negativo o no que se le reconozca la labor de creación a cualquiera que se dedique a ella, creo que habría que preguntárselo a cada quien. Imagino que para algunos puede ser frustrante e incluso les lleve a “tirar la toalla”- con perdón por el término boxístico-, pero por ahora, este no es mi caso. Para mí escribir es, aparte de una necesidad, un placer estimulante por sí mismo. Además, soy bastante egoísta escribiendo, en el sentido de que escribo para mí misma. Luego viene aquello que se llama deseo de comunicación o, cómo no, la vanidad que dije antes que, junto a una buena dosis de atrevimiento, te lleva a intentar que lo que escribes salga a la luz y, todavía más, que te lean y encima les guste.