Literatura

LAS NARANJAS DE PEDRO GARCÍA CABRERA

Este pequeño relato quiso formar parte, en su momento, de un proyecto de una editorial para dar a conocer escritores y científicos. Por no estar de acuerdo con los parámetros exigidos por dicha editorial, decidí retirarme del proyecto, pero como ya tenía escrito el relato y para evitar injerencias, me he decidido a publicarlo en esta página.

LAS NARANJAS DE PEDRO GARCÍA CABRERA

Cecilia Domínguez Luis

A la mar fui por naranjas,
cosa que la mar no tiene.
Metí la mano en el agua:
La esperanza me mantiene.

¿Les gusta esta copla, amigos? ¿Verdad que es muy bonita?

Muchos piensan que la he escrito yo, pero no es así. Lo que pasa es que, desde pequeño, yo la oía cantar en mi casa, donde se reunía toda mi familia para contar cuentos, recitar romances y cantar coplas como esta. Y me gustó tanto que elegí su último verso, la esperanza me mantiene, para dar título a uno de mis libros.

Ah, perdonen, a todas estas no me he presentado.                                                  vallehermoso                              Me llamo Pedro García Cabrera y nací a principios del pasado siglo XX, nada menos que en 1905, en Vallehermoso, al oeste de La Gomera. Un pueblo que lo define muy bien su nombre, presidido por el gran Roque Cano, a cuya sombra oí las primeras canciones, hice mis primeros amigos y compañeros de juegos y me llené de toda aquella fuerza que llegaba desde el monte y el mar y lo llenaba todo.

Fui un niño feliz. Mi padre era maestro y vivíamos en una bonita casa rodeada de árboles y huertas.

Cuando yo tenía ocho años, destinaron a mi padre a Sevilla. Y con el fuimos mi madre, mis hermanos Anatael, Yara, Diego y yo.

Acostumbrado a mi pequeño pueblo, Sevilla me pareció enorme. Y aquel río en el que se reflejaba la Torre del Oro, que parecía cubierta de ese metal, sobre todo a la puesta de sol. Yo que solo había visto ríos en postales y en libros, el Guadalquivir- así se llama el río que pasa por Sevilla- me pareció impresionante, claro que no tanto como el mar de mis islas. Luego, la aventura de subir por las rampas que llevaban al campanario de la Giralda, jugar en la calle, mientras veíamos pasar las calesas, esos carruajes de dos ruedas tirados por uno o dos caballos y que paseaban turistas y parejas de novios. Todo era nuevo y estaba por descubrir.

Claro que, a los dos años de estancia en Sevilla, volvieron a destinar a mi padre. Y, esta vez, regresamos a las islas, concretamente a Tenerife.

Pero, antes de reunirnos con mi padre, mi madre, mis hermanos y yo estuvimos unos meses en La Gomera, donde nació mi hermano más pequeño, Carmelo. Después nos trasladamos todos a Santa Cruz de Tenerife, aunque el paisaje de mi isla natal, a la que volvería de vez en cuando, me acompañaría siempre. Tanto es así, que le dediqué muchos poemas, entre ellos, uno que se llama, precisamente, Gomera y que empieza así:exposiciones-homenajean-pedro-garcia-cabrera_tinima20120315_0535_5

A cara o cruz he lanzado
a la mar una moneda;
salió cuna y nací yo:
cuna o concha es La Gomera.

Pero volvamos a Santa Cruz.

Durante dos años estuvimos viviendo en San Andrés, el pueblo pesquero al que pertenece la Playa de las Teresitas, mientras mis padres construían una casa en el barrio de Salamanca, adonde nos trasladamos.

Por aquella época, el único instituto para estudiar el bachillerato era el Cabrera Pinto, en La Laguna, y allí fui yo que, mientras estudiaba, empecé a publicar algunos poemas en un periódico llamado La voz de Junonia.

Se preguntarán ustedes, por qué me dio a mí por escribir poesía. Pues, seguramente, porque siempre me gustó oír los romances y otros poemas que recitaba mi familia, porque, en mis años de escuela en La Gomera, tuve un maestro que se llamaba don Isaac, que todos los sábados organizaba unos recitales poéticos en los que yo participaba, y porque, entre otras cosas, quería comunicar a los demás lo que sentía y lo que pensaba, de la mejor manera que sabía, es decir, a través de mis poemas. Además, mi hermano Diego, al que le gustaba mucho la música y formó parte de un grupo llamado Los Huaracheros, me pedía que hiciera letras para sus canciones, y yo me sentía encantado de escribirlas y de escucharlas después, en las voces de aquellos músicos.

El caso es que, después de acabar bachiller, empecé a estudiar la carrera de mi padre, Magisterio.

Hasta aquí, todo parecía sonreírme. Estudiaba y, además, publicaba textos y poemas en periódicos y revistas, en los que la influencia de este mar que nos rodea estaba por todas partes.

Así, escribía poemas como este:imagen3

Tírame la ola,
tírame la sal,
tírame tus labios
que son de coral.
Tírame en la arena,
tírame en la mar,
tírame en tus labios
que son de coral.

Mi hermano Carmelo, al que también le fascinaba el mar, como eso de escribir poemas no se le daba mucho, estudió Biología Marina, con lo que sabía, no solo del mar, sino de todos sus habitantes. Y era estupendo oírle hablar de toda la fauna marina.

Yo, aparte de escribir cada día más y de tener contacto y amistad con escritores, pintores y todos los que se dedicaban al arte y a la cultura, me preocupaba mucho por las personas trabajadoras de las islas, por la forma en que los gobernantes de turno trataban al pueblo, porque no hubiera más guerras, poimagen4rque todos fuésemos iguales y tuviésemos libertad, así que, desde muy joven, me afilié al Partido Socialista, y llegué a ser teniente alcalde del Ayuntamiento de Santa Cruz.

Por esta época también, aparece una revista muy importante, Gaceta de Arte, fundada por Eduardo Westerdahl, y en la que colaboramos muchos amigos como Domingo Pérez Minik, Domingo López Torres, Agustín Espinosa, Emeterio Gutiérrez Albelo y otros muchos.

imagen6Pero muy pronto todo cambiaría.

Un golpe de estado, protagonizado por el general Franco, inicia la Guerra Civil y a mí, que era socialista y republicano, me cogen prisionero en La laguna, un día antes de declararse la guerra, el 17 de julio.

Como no había suficientes prisiones en la isla, porque éramos muchos los que habíamos sido hechos prisioneros, los llamados “nacionales”, que eran los que luchaban contra los republicanos, idearon utilizar barcos como prisiones.

Estos barcos estaban. Ni familia ni nadie, solo los que nos vigilaban atracados en el muelle de Santa Cruz, y a mí me llevaron, junto a otros prisioneros, al barco llamado Santa Rosa de Lima.

Era terrible estar en aquella prisión, pues, aunque estábamos en la isla, nadie podía acercarse a aquellos barcos. Ni familia ni nadie, solo los que nos vigilaban.

A veces, por la mañana, desde cubierta, veíamos que, a lo lejos, desde unas azoteas, alguien nos saludaba agitando pañuelos o camisas blancas. Aunque desde allí no distinguíamos quiénes eran, cada uno de nosotros imaginaba que era alguien de su familia, y nos quitábamos nuestras camisas y respondíamos, agitándolas también. A más de uno lo vi llorar y yo tuve que contenerme muchas veces para no hacerlo.

Mis compañeros de prisión y yo sabíamos que no íbamos a estar allí mucho tiempo. Y así fue. El 19 de agosto, precisamente el día de mi cumpleaños, nos embarcaron en un correíllo, el Viera y Clavijo, y en él, con treinta y seis compañeros más, fuimos trasladados a un campo de concentración situado en Villa Cisneros, en África.imagen7

Con tantas horas en aquella prisión, después de hacer los trabajos que nos ordenaban, en la construcción de una carretera, con un sol que nos abrasaba, mis pensamientos me llevaron a escribir un libro de poemas, a escondidas de los guardias, en las hojas finitas de un estuche de papel de fumar, por temor a que me quitaran las hojas. Un libro que se titularía Romancero cautivo y que empieza así:

De las prisiones flotantes
mar dormida, cielo claro-
de Tenerife salieron
treinta y siete deportados.
Fue un diecinueve de agosto,
día de mi cumpleaños

                                                                   imagen8                     

Y que continúa con:

Azotea de mi casa,
calle alegre de mi barrio,
si el viento por mí pregunta,
digan que voy desterrado.

 

 

Allí, en el campo de concentración, todos nos hicimos muy amigos. Un día, uno de ellos, alto, fuerte y decidido, me dijo, tomándome por una muñeca:

-Mira, Pedro, estoy organizando una fuga y necesito a unos cuantos hombres para organizarla. ¿Qué te parece?

Mi pulso se puso a cien. Por supuesto que quería ayudarlo en lo que fuera. Era nuestra libertad la que estaba en juego. Pero él me notó muy nervioso y entonces me dijo:

-No te preocupes, Pedro, ya todo está más o menos organizado. No tienes más que seguirnos.

Le agradecí mucho que hubiese contado conmigo. Ahora solo había que esperar el momento propicio.

La ocasión apareció un 14 de marzo de 1937. Llevábamos prisioneros unos nueve meses, y las tropas moras que vigilaban el campo tuvieron que marchar al interior para sofocar una rebelión, y solo quedó allí una guarnición de soldados canarios.

En la madrugada de ese día, un grupo de prisioneros, con ayuda de alguno de los soldados que nos vigilaban y que se había unido a nosotros, reduce a los oficiales, y tomamos el fuerte.

Ahora había que coger el barco Viera y Clavijo, el mismo que nos había traído hasta este lugar. Allí la tripulación estaba esperando ya `por el práctico de a bordo para zarpar, haciendo señales con sus luces, cuando, de repente, amparándose en la semipenumbra, un grupo de cinco prisioneros abordó el barco y se puso en proa, apuntando con sus ametralladoras. El resto de los prisioneros, entre los que me encontraba, empujó a los tripulantes y los dejó en cubierta.

Había llegado la hora de salir de allí, antes de que se enteraran de nuestra fuga y enviaran refuerzos.

Zarpó el barco y, después de tres días de navegación, llegamos a Senegal.

Nos despedimos. Teníamos que dispersarnos para evitar ser capturados de nuevo.

-¡Suerte, Pedro!-

-¡Lo mismo les deseo a todos!

-Tal vez un día volvamos a encontrarnos y todo sea distinto.

-Con la mano en la mar, así lo espero, les contesté.

-¡Bravo, poeta!- me dijo el valiente cabecilla de la sublevación-¡Hasta pronto!

Conseguí atravesar el mar y llegar a Marsella, lejos de la guerra.

Pude haberme quedado allí, a salvo. Sin embargo, yo quería seguir luchando por mis ideales y volví a España, al frente de Andalucía.

Pero la suerte me preparaba un suceso que nunca pude imaginar.guerra-civil

Un día, cuando viajaba con otros cinco compañeros en un jeep, al atravesar unas vías, fuimos arrollados por un tren.

Cuatro de mis compañeros murieron y yo quedé malherido.

Me llevaron a un hospital de Jaén para curarme y, entonces, una bella enfermera se acercó a mi camilla y me sonrió.

Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Matilde.

Desde ese momento supe que aquella muchacha, de habar gracioso y bonita sonrisa, iba a ser mi compañera el resto de mi vida.

Pero estábamos en guerra y nuestro amor tendría que esperar un tiempo. Yo, en ese momento, no podía ofrecerle nada. Además, no quería que ella se viera en peligro por mi culpa.

Así se lo dije y ella, con su sonrisa de siempre, aunque esta vez un poco triste, me contestó:

-No te preocupes por mí, Pedro. Sabes que te esperaré el tiempo que haga falta.

Yo no dije nada, pero desde aquel momento en el que oí sus palabras, tuve la seguridad de que ella iba a ser la sonrisa del pan sobre la mesa. Bueno, esto es el verso de un poema que se llama Compañera te doy, y que se refiere a que ella, Matilde, sería la mujer que trajese el amor a mi vida.

Un día, alguien llegó al hospital con una noticia que nos alarmó:

-¡Los nacionales están arrasando la ciudad. Hay que trasladar a los heridos!

Busqué a Matilde con la mirada. Allí estaba, acercándose tranquilizadora.

-Todo saldrá bien, Pedro.

Pero no fue así.

Próximo a terminar la guerra, en abril de 1939, fui detenido nuevamente y me llevaron a la prisión de Baza, en Granada, donde estuve cuatro años. Allí terminé un libro de poemas, Entre la guerra y tú, en el que sigo con mi idea de libertad para los hombres y en contra de la guerra. Porque siempre supe que no hay ninguna razón para la guerra, aunque algunos piensen lo contrario y nos pongan como razón que somos hijos de la patria,/ si saber que a ti, a mí y al sueño polar de golondrinas/ nos sobra espacio para vivir aun dentro de un beso de paloma.

Además, aproveché mis estudios de Magisterio para dar clase a los presos, aparte de encargarme del suministro de alimentos. Y para alegrarlos, y ellos a mí, de vez en cuando recordaba algún pequeño poema que había escrito hace tiempo:

Me hice unas castañuelas
con dos lapas de la mar.
Cuando suben las mareas
se ponen a repicar.

Y así parecía que los días no eran tan largos.

Al final, las autoridades me reclaman desde la isla de Tenerife, claro que para nada bueno. Querían juzgarme por la evasión del campo de concentración. Por suerte, pude evitar que se me hiciera consejo de guerra, por el que me hubieran condenado a muerte.

Me condenaron a treinta años de cárcel, pero gracias a mis servicios en Granada, y a una serie de indultos, me conceden la libertad vigilada, que es como estar preso, pero en tu casa, e la que no podía salir. En mi encierro, para sobrevivir, estuve impartiendo clases particulares hasta que, más adelante y gracias a un amigo, entré a trabajar en la Caja de Previsión de Cepsa, como contable.

Animado por haber conseguido ese trabajo que me suponía un sueldo todos los meses, me decidí a pedirle a Matilde, que se había quedado en Madrid, donde vivía mi hermano Anatael, que se casara conmigo.

Ella me dijo que sí y nos casamos un veintisiete de febrero. Gracias a Matilde pude encontrar la paz que tanto buscaba, Por eso le dediqué varios poemas. Entre ellos este que titulé Media naranja, del que les pongo unos trocitos:

naranjas-7-001
matilde
                                   Y así, junto a Matilde y a Ani, una sobrina suya a la que acogimos como hija, fueron pasando los días y los años. Yo seguí escribiendo el resto de mi vida. Siempre con el mar como amigo, como un ser poderoso que nos aísla pero que también nos comunica i nos trae cosas-incluso naranjas- Yo le decía la mar y no el mar, pues, como una madre, la mar nos traía siempre cosas buenas. Por eso escribí un poema en el que digo: Será la mar mi madre,/ la madre que no muere ni enterraremos nunca. Y que termina en: Con la mano en la mar así lo espero.

Y, de esta forma, la mar fue llenando mi casa de amigos de todas las edades, de ilusiones, de esperanzas, de amor y de poesía y, aunque no pude ver mi obra completa publicada, sentí que todo lo que me había pasado no había sido inútil, y supe que muchas personas se iban a pedro-garcia-cabreraacercar a mis poemas y a emocionarse con                                                               ellos.

Ahora, desde la otra orilla de la vida, sigo mirando a la mar y

sonrío.Espero que les haya gustado mi historia y que, a partir de ahora, cada vez que se acerquen al mar, recuerden a ese niño que iba a la mar por naranjas.

FIN