Opinión

CIUDAD Y CULTURA

 

 

Nota previa: En primer lugar, en nombre de mis compañeras y del mío propio, quiero agradecer al Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife y en particular al Consejo Municipal de las Mujeres y a la Concejalía de Igualdad, la  distinción que nos ha concedido, aparte de manifestar mi alegría y  mi satisfacción por compartir este homenaje con Izaskun Legarza y Puri Gutiérrez, dos mujeres excepcionales a las que admiro por su incansable lucha en favor de la igualdad y la cultura, y cuya amistad y cariño me enorgullecen.

Sentada en la noche

sus cabellos lucía como Berenice

y sin saberlo bordaba cuadrantes de luz para los ciegos.

 

Tan alta estaba como la mano de un poeta

allí donde crece la hierba más transparente de la aurora,

donde las palabras se enredan en los pies de algún dios.

 

Sentada en su silla celeste

así la descubrí con algo más que mis ojos.

Temblaba una lágrima en el espacio

o un diamante colgado

en la interrogación luminosa de las Pléyades.

Era la dama de la silla, el descanso de mi voz en su mano,

forma de silencio encendido en la noche más oscura

que en mis pies proyectaba

la ruta jubilosa del día venidero.

 

 

Con este poema, La dama de la silla celeste, de Rafael Arozarena, al que este año se le dedica el Día de las Letras Canarias, quiero empezar rindiendo homenaje a todas las mujeres pero, sobre todo a aquellas que, por diferentes circunstancias, no han tenido acceso a la cultura.

Mujeres, como las de los barrios periféricos de esta ciudad que luchan cada día por su dignidad y que, muchas veces tropiezan con la indiferencia, cuando no el rechazo, de aquellas instituciones que más deberían prestarles su ayuda.

Vivimos en una sociedad en la que pensamos a partir de una cultura que es la que define nuestro progreso o nuestro retroceso. El individuo sabe que necesita del otro para realizarse plenamente. Sin embargo, no es menos cierto que en muchos momentos de nuestra vida nos hemos sentido presionados por esa misma sociedad que pretende imponernos una manera de pensar, de opinar e incluso, de vestir. En otras palabras, la pretendida manipulación ideológica, los medios de comunicación y opinión, las modas, nos hacen ponernos en guardia para salvar lo que consideramos nuestra libertad individual.

Por esto y para defendernos de esa especie de esquizofrenia necesitamos una serie de herramientas que nos permitan aceptar o rechazar todo aquello que la presión social pretende imponernos.

Y una de estas herramientas- la principal, sin duda- es la cultura. Una cultura que se transmite a partir de la palabra por la que interactuamos con el otro y los otros.

Somos habitantes de una ciudad, pero ¿cómo la definiríamos? Se entiende que toda ciudad es como una gran comunidad en la que la interacción entre los ciudadanos y los poderes públicos, los sistemas ideológicos, económicos y publicitarios definen su nivel de progreso.

Y para que una ciudad avance es imprescindible tener en cuenta su capacidad para resolver sus problemas más acuciantes, de tal manera que permita a sus habitantes vivir con dignidad y ofrecer así mayores posibilidades de desarrollarse.

Para ello es necesario contar con un buen sistema sanitario y educativo, entre otros servicios públicos.

Pero permítanme que insista hoy en la educación y la cultura- mis eternos caballos de batalla- porque son estas las herramientas que realmente abren el abanico de oportunidades para el mejoramiento de nuestra vida.

Dije una vez que estamos asistiendo a la trivialización de la cultura, a través del fomento de lo superfluo, donde solo se valora aquello que es útil económica y políticamente. La reflexión, el pensamiento se ha visto relegado a un segundo término, por esa necesidad de lo inmediato y lo efímero.

Y todos sabemos que un pueblo con poca cultura es un pueblo crédulo, al que se le adoctrina para que no crezca, para que no se mueva, para que acepte lo impuesto. Porque la cultura desarrolla el pensamiento crítico que, a su vez, lleva a la necesidad de conocer la verdad, de no dejarse engañar, de detectar la manipulación y el fraude.

No se tiene confianza en nada (Cuando) las elecciones se anuncian. Los trabajadores que apenas leen y escriben, ni les interesa a última hora ni saben ciertamente para qué eligen. No se les habla, no se les enseña, no leen. Ni les conviene a los elementos del orden tal cosa.

No son palabras mías sino de la escritora María Rosa Alonso, y proceden de un artículo periodístico publicado en septiembre de mil novecientos treinta pero que, lamentablemente, en gran medida, siguen siendo actuales.

Por eso es tan necesaria la educación. Una educación que llegue hasta los rincones más apartados donde, desgraciadamente, son las mujeres las que se llevan la peor parte.

Es cierto que la situación en la que la mujer que, hasta 1975, y según el Código Civil, era considerada menor de edad y no tenía capacidad para contratar, ni para abrir una cuenta en el banco, ni viajar, ni obtener el pasaporte o el carnet de conducir, sin el permiso previo de su marido, ha cambiado, pero también es cierto que ha tenido que emprender un largo y penoso camino de lucha para conseguir todo lo que se le ha negado a lo largo de la historia.

Y aún queda mucho por hacer, porque las mujeres, sobre todo las de los barrios más periféricos, siguen en el desamparo. Un abandono que es, ante todo, cultural.

Es curioso y doloroso comprobar cómo en pleno siglo veintiuno hay mujeres- y también hombres, todo hay que decirlo-, que aún no saben leer ni escribir, y otras que no entienden lo que leen. Esta desigualdad sigue existiendo y da la impresión de que los programas políticos no se centran, principalmente, en poner remedio a esta situación.

Alguien dijo que la libertad es un algo que logramos gracias a nuestra integración social. No partimos de la libertad sino que llegamos a ella. Y para llegar a esta libertad de la que hablamos, es preciso darse cuenta de que integración social y educación van de la mano, no puede existir la una sin la otra, porque toda conexión social pasa necesariamente por ese mejoramiento de las facultades físicas, intelectuales y morales de la sociedad, a través de sus componentes, que es lo que, en definitiva, constituye la cultura.

Por eso es tan importante que los poderes públicos favorezcan y apoyen a aquellas personas y/o iniciativas que favorezcan la formación cultural y cívica de los ciudadanos, que fomenten la lectura como vehículo imprescindible para desarrollar el pensamiento crítico que tanta falta hace en estos tiempos, que, en definitiva, den un paso adelante para hacer esta sociedad más justa e igualitaria.

Solo de esta manera nuestra ciudad podrá, como dice el poema, proyectar esa ruta jubilosa del día venidero.