Reseñas

Poemas alrededor de lo incierto

Poemas alrededor de lo incierto. Lectura de Profesión de fe, de Cecilia Domínguez Luis.

[Texto leído en la presentación del libro. Librería de Mujeres. Santa Cruz de Tenerife, 20 de octubre de 2016]

Ernesto Suárez

 

No se me ocurre cómo comenzar estas notas de lectura sobre Profesión de fe, de Cecilia Domínguez Luis sino con una pregunta: ¿dios es violencia? Imagino que para muchas personas, independientemente del credo que profesen y del nombre con el que se refieran a ese dios suyo, que se pueda asociar la divinidad con resulta deplorable, doloroso cuando no, ofensivo. Para otras, incluso aquellas que se declaren no creyentes, es también probable que tal pregunta provoque desazón, cierta incomodidad o disgusto. Resulta incuestionable que la religión y la religiosidad conforman el nudo más profundo de las creencias personales y culturales en la mayoría de las sociedades humanas. Permítanme dejar aquí en suspenso el desarrollo de esta premisa para plantear una segunda pregunta. Tal cuestión es la siguiente: ¿Por qué la poesía ha de servir, aún en el siglo XXI, de marco reflexivo sobre el sentido de la divinidad y de las religiones?

En realidad, que los poetas contemporáneos y actuales ahonden su escritura con las claves textuales de cierta religiosidad no es infrecuente, sino todo lo contrario. Las obras de Pier Paolo Pasolini, Alda Merini, Allen Ginsberg, Leonard Cohen, Eugen Dorcescu, Yves Bonnefoy, Ángel Crespo, Vicente Gallego, César Simón, Daniel Faria, por citar sin orden de prelación algunos nombres, son ejemplo de ello. ¿Qué busca cifrarse con la mención de lo divino?

Escribe Cecilia en uno de los textos iniciales del libro:

 

Ese cuerpo desnudo
lo cambiaría todo
por una voz o un grito
que conjure su miedo.

 

Dios es metáfora de toda palabra y la palabra es el don único del ser humano. Mas ese dios que es palabra, será siempre también imagen de un decir incierto, una palabra dubitativa, inexistente incluso: voz muda al cabo, esa que ha sido designada el vocablo mismo de dios. En todas las tradiciones judeocristianas y musulmanas, la propia esencia del lenguaje supone anudar la voz y la escritura a la referencia divina y a reclamación de un espacio espiritual de encuentro y hallazgo. Buscamos la palabra y al mismo tiempo nos alejamos de ella. A veces simplemente nos paramos a esperarla; que sea ella la que nos halle y nos viva, se haga plenitud en el texto. Así acaso, toda la poesía y todo el ejercicio del poema: la escritura siempre clamando en el desierto y el poeta que lo es sólo cuando es capaz de leer el libro que fuera el mundo, en el decir de autores como Edmond Jabes, entre otros. Claro que, como apunta el ya mencionado Bonnefoy, “Un nombre para lo absoluto no es la designación, todavía menos la celebración, es la trampa que nos tiende, ay, el lenguaje. En cuanto Dios tiene nombre el trigo arde, el cordero es degollado” (Este es un fragmento de Los nombres divinos, poema en prosa del libro La larga cadena del ancla. Traducción de Enrique Moreno Trujillo).

Hay poetas cuya escritura es fácilmente identificable. Me refiero a que, de una obra a otra, apenas hay diferencia entre los cuerpos verbales que sostienen sus poemas. A la hora de explicar estas reiteraciones es fácil escudarse en la idea del estilo propio, como si se tratase de algo a valorar en si mismo. Por suerte no es el caso de Cecilia Domínguez Luis. No creo que nadie sea capaz aún hoy de identificar en ella ese estilo o lenguaje propio. Yo, al menos, no puedo hacerlo. Me remito a la evidencia que supone, por ejemplo, las patentes diferencias semánticas y sintácticas que se dan entre los tres libros de poemas que preceden en edición a Profesión de fe: Bestiario, La ciudad y el deseo -ambos publicados en 2008- y el más reciente -de 2014- Cuaderno del orate. Cuando se le pregunta por la razón que explique esta diversificación estilística, Cecilia suele referirse a la idea de que toda obra poética tiene su propio lenguaje, que su trabajo como autora es conseguir hallar ese lenguaje requerido por cada libro. Es el lenguaje de los  poemas de cada libro lo que definen el estilo.

Con todo, no quiero que lleven a engaño estas consideraciones. Profesión de fe nunca podrá ser leído como un libro orientado por la práctica de una ascesis espiritual sustentada metapoéticamente. No, en absoluto. Les propongo una imagen algo menos complaciente del libro a la vez que doy cumplida respuesta a la pregunta con la que iniciaba estos apuntes. Lean Profesión de fe como aquellas ineludibles notas apócrifas que un día pudieron encontrarse escritas en los márgenes de los textos bíblicos. En esas notas, en estos poemas, lo que hallarán es la evidencia de la figura de un dios que violenta, un dios que provoca un terrible intencionado dolor. Los poemas actúan así como memoria de las zonas ocultas de la historia evangélica y oficial. Cecilia reveló que Profesión de fe ya ha sido calificado como un libro blasfemo. Si el significado de blasmefia hace referencia a aquella palabra o expresión injuriosas contra alguien o algo sagrado (DRAE), es bueno conocer que una parte de su raíz etimológica tiene que ver con el término “reputación”, es decir la estima, la consideración que se tiene por ese algo, de ese alguien. Es, por tanto, un respeto que se alcanza, que se obtiene como consecuencia del mérito propio.

La poesía entonces desde los márgenes; poesía como voz fuera de quicio; la poesía siendo entonces, ahora sí y siempre, imagen contrariada de toda palabra que fuese dictada para ser ley y verdad absoluta. Vean así el poema número 13:

Y todas las palabras fueron nuestras,
salvo aquellas
que iban en contra de tu nombre.
Sin embargo yo sigo buscándolas
y no me importa el precio
que tendré que pagar por desafiarte.

 

Cualquier fe es un crimen cuando lo que la sostiene es apenas el anhelo de dominación, el afán de poder absoluto. Pero la vida es sublevación. En realidad, la vida insurrecta es la única verdadera posibilidad, a pesar de su brevedad y de su derrota o, mejor, precisamente por su brevedad y derrota. Rescatar las palabras del poder, reapropiarse de aquello que no sólo nos fue vedado sino que fue convertido en artefacto de dominio y de dolor. Esa es la razón que explica el uso recurrente de las fórmulas verbales bíblicas y de los hitos religiosos. La religión y lo eclesiástico por tanto como cuerpo textual del que Cecilia Domínguez Luis se apodera, reclamando para si todas aquellas palabras con las que la historia y sus dueños han buscado dominar e imponer.

Nos grabaste a fuego la culpa.
Culpa por ser,
culpa por estar,
por hacer o no hacer en tu reino.
Pero yo me resisto
a ser parte de tu recua de esclavos.

 

La palabra vivifica, no el silencio.

Cecilia ha querido hacer humano el don, aunque ello implique, inevitable, el reconocimiento del propio engaño, de la responsabilidad -individual y colectiva- en la explotación y en la ceguera. Vean el poema 76:

Se niega el pan, la sal.
En los esteros
se acumulan los números vacíos.
Se oyen tiros de gracia
y una mujer que llora.
Pero los días siguen siendo azules.

 

Y todavía más explícito, el poema nº 96:

Tal vez sin Ti
sea mejor despertar cada mañana,
sabiéndonos los únicos responsables
de tanta desmesura.

 

La violencia no es una abstracción; la violencia tiene el rostro y las manos de los verdugos y de sus víctimas. No es lo mismo responsabilidad que culpa ¿Qué sucedería si en el tercer verso de este poema Cecilia hubiera la palabra “responsables” por la de “culpables”? ¿Qué resonancias se hubieran desplegado entonces desde el texto? Con demasiada y perversa frecuencia se han enlazado dioses, acusaciones y culpabilidades. El relato de lo hecho en nombre de dios es siempre ignominioso; está atestado de sacrificios inútiles, de ausencias baldías. A medida que se avanza en la lectura del libro, dos motivos se vuelven preeminentes y fijan las claves expresas para la reflexión crítica que sostiene a una buena parte de sus poemas. Por un lado, la guerra y el sufrimiento provocado por ella. Por otro, la estafa y la ceguera enmascarada en forma de dividendos y consumo: “… / los golpes de pecho / et miserere nobis. / La mercancía / va saliendo, bendita, / de los templos”, escribe Cecilia. Así, lo divino pasa a convertirse apenas en una excusa para el humano ejercicio de un mal metódico. La figura de dios y su glorificación es, en realidad, el ocultamiento de la pérdida de la propia conciencia, el exilio de nosotros mismos.

En la iglesia católica, la profesión de fe es el credo. Profesión de fe, este nuevo libro de Cecilia Domínguez Luis, puede interpretarse como un gran poema único, es una elegía sostenida por la compasión; un poema escrito desde el vínculo compasivo con el “cuerpo vulnerable”, con los “supervivientes”, con la “memoria de este barro”, con la “perecedera realidad de la tierra”. Es, al menos yo no lo dudo, una elegía por esa perdida virtud que es la dignidad humana.