Presentación leída en la Casa-Museo Poeta Domingo Rivero en Las Palmas de Gran Canaria
El sepulcro vacío
Cecilia Domínguez Luis
Nueva Asociación Canaria para la Edición (NACE) – 2015
El sepulcro vacío, de Cecilia Domínguez Luis, no es la incursión típica de un poeta en la prosa a las cuales nos tienen acostumbrados que terminamos definiendo como narrativa experimental, por impedirnos el rigor o, la mayoría de las veces, el rubor, llamarlo de otra forma, dado su pobre resultado, ni la llamamos «novela» acogiéndonos a aquella famosa y generalizante afirmación de Camilo José Cela «Novela es todo libro que pone por fuera “novela”».
Su autora abandona el oficio de poeta para dedicarse por un tiempo al de novelista; sin contaminarse de las mañas líricas a las que tanto tiempo dedica, coge las herramientas narrativas —y no es la primera vez que lo hace— para contarnos una historia muy atrayente, cuya necesidad de construcción es apenas la imagen de un sepulcro vacío en su mente, a donde llegó por las historias de su abuela y la propia visión física del mausoleo que se alzó en medio de su pueblo, infancia y juventud. Ciertamente, apenas una imagen, pero el germen potente de donde nace y crece toda narración por muy larga que sea, aquel del que Umberto Eco tomó consciencia después de la publicación de su tercera novela, y al que llamó «idea fecunda». El nos dice:
En “El nombre de la Rosa”, simplemente me impresionó la imagen de un monje envenenado durante la lectura de un libro. Esa fue la imagen fecunda. El resto vino a pedazos, en mis esfuerzos por dar sentido a esa imagen.
Y Cecilia afirma:
El origen de esta novela sí se basa en un hecho real que conocí desde muy pequeña a través de mi abuela…Todo se completó con la imagen de ese sepulcro vacío que no dejaba de contemplar cada vez que tenía ocasión de ir al entonces original y atractivo Jardín Victoria.
No es casualidad que ambos compartan el mismo mecanismo creativo.
Tan potente es esta imagen o «idea fecunda» en el caso que nos ocupa que no solo es el generador de la novela, sino que le da título y está presente en todo el relato hasta la última frase, como sigue en pie la edificación en la patria chica de Cecilia, originando la inspiración, tanto tiempo después.
El sepulcro vacío no es una novela de género. No es, en primer lugar, una novela romántica. La despedida de Pablo, uno de los protagonistas, de su novia Andrea, cuando se marchaba del pueblo para cursar los estudios superiores en otro donde permanecería de lunes a viernes durante un año, se narra así:
Le pidió a su madre que no saliera, que se despedirían allí en el salón. Andrea lo esperaba en la puerta. (pág.275)
Y el siguiente párrafo nos sitúa ya en otra escena: La llegada de Pablo al otro pueblo. Está claro que semejante circunstancia hubiera sido explotada de manera muy distinta en una novela romántica.
No es, en segundo lugar, una novela costumbrista pues esta es un subgénero de la histórica, tipo en el cual tampoco podemos adscribir a El sepulcro vacío. No están aquí las continuas descripciones continuas y minuciosas sobre los usos y costumbres de la época en que se desarrolla la trama, salvo en los contados casos que es necesario para explicar la acción, ni la datación exhaustiva de los hechos reales obligatoriamente narrados en este tipo de novelesca, y de los que nos advierte Cecilia Domínguez Luis —valga como prueba—
«El Sepulcro vacío es, ante todo, ficción. El origen de esta novela sí se basa en un hecho real que conocí desde muy pequeña a través de mi abuela…
…El resto es pura fabulación…aunque también es cierto que estuve documentándome…sobre todo lo que podía ayudarme a dar verosimilitud a mi historia».
La primera referencia concreta al período novelado aparece empezando el segundo cuarto del libro, en voz de Pablo, expresando sus deseos de viajar a París:
Sinceramente, me gustaría mucho ir; no solo para conocer la ciudad sino, como me dice Ramiro en su carta, para visitar la torre Eiffel y la nueva estación de Orsay, que construyeron para la Exposición Universal.
El sepulcro vacío no responde a ninguno de estos géneros, o de cualquier otro, aun conteniéndolos a todos. Los géneros son constreñidos y selectivos y, cuando se elige uno, en general, se deja fuera a todos los demás y esta novela se lee desde una perspectiva superior, más parecida a la vida, en la que pasan cosas de muy distinta índole pero, lo más importante, le pasan a las personas y por las personas, sin cuyo conocimiento nos sería imposible interpretarlas.
Esta es una novela de personajes, quienes a través de sus relaciones y conflictos, y no por la mera sucesión de lo acontecimientos, hacen avanzar la acción, que no es aquella historia que se presenta como el argumento en muchos casos. Yo diría que El sepulcro vacío cuenta el paso de un adolescente a la edad adulta y la decadencia de una persona adulta hacia la vejez y final. Es verdad, está presente la historia de un marqués a cuya muerte prematura le fue negada la sepultura sagrada por su condición de masón, y la construcción por parte de su madre de un mausoleo que quedó vacío al descansar finalmente en el panteón familiar—incidente constitutivo de uno de los misterios importantes a resolver en esta narración— pero, como nos indica Cecilia en la nota introductoria, esta se convierte, en «la base» externa de la verdadera acción, la interna de los personajes, que ella enfatiza, junto a su perfecta caracterización interior, sus motivos y circunstancias. De ahí, la continua reproducción de sus pensamientos, la utilización de los diálogos interiores, y las escenas retrospectivas.
También, de ahí el ritmo particular descrito por otros como paciente, sosegado, sostenido y sereno, y que yo definiría como acompasado a las distintas personalidades y estados de los protagonistas. Fijémonos en el comienzo del capítulo XXXV:
los días transcurrían de forma muy diferente para Pablo y su madre. La rutina de Isabel, la espera continua a que llegara el sábado, hacía que le resultaran largos, casi interminables. Pasaba muchas horas de la noche en un duermevela en el que cada ruido de la casa lo asociaba con …
y un párrafo después
A él le sucedía lo contrario y los días pasaban rápidos. La ciudad le ofrecía mil posibilidades, en un ambiente estudiantil que combinaba el estudio con la diversión y las salidas nocturnas… (pág.295)
Se aprecian con claridad las cadencias distintas en uno y otro caso, observen la diferencia entre el detalle de cada ruido de la casa en el primero con el agrupamiento de las mil posibilidades, en el segundo.
Lo que ocurre es que se antepone la descripción de los ánimos, pasiones y conflictos psicológicos de los personajes, a la narración de los sucesos, pero sin caer, ni siquiera de lejos, en los excesos proustianos donde desaparece, dejando su lugar al efecto que estos producen en la sensibilidad, el pensamiento, la imaginación y la memoria. Por estas características, El sepulcro vacío se acerca a Crimen y castigo y a la mayor parte de las novelas de Benito Pérez Galdós, aunque no restrictivamente, pues goza en paralelo de influencias más nuevas en otros aspectos en los que no voy a entrar en esta ocasión.
Es manifiesta la habilidad de Cecilia Domínguez para dilatar la aclaración de los misterios y la resolución de los conflictos, como ocurre, por ejemplo, en uno de los últimos capítulos, donde parece que el relato nos aboca a conocer uno de ellos, con el encuentro de dos de los personajes, Pablo y Matías, leyéndose:
Pablo juzgó demasiado prematuro hablar con Matías. Antes tenía que estar más seguro de lo que iba a hacer. Por eso se limitó a informarse de cómo marchaba todo…
…Cuando se despidió, Matías creyó que el comportamiento del marqués, que ni siquiera le había insinuado petición alguna, había sido una buena señal, una prueba de que todo era producto de su imaginación estimulada por las malas artes de Virgilio. (pág.305)
En cuanto a los temas que trata o toca El sepulcro vacío, según los casos, están presentes unos universales
El conflicto generacional familiar, que sobrepasa el filosófico e ideológico, porque tras ellos está el amor hacia la otra parte —en distintas formas también uno de los temas principales—, por un lado beneficioso y moderador de los impulsos irracionales del carácter propio y de los impuesto por las situaciones, y por otro frustrante de las expectativas individuales.
La soledad, que aparece de forma reiterada haciendo presa, de una manera o de otra, en casi todos los personajes relevantes.
Las creencias y su influencia positiva o negativa en la sociedad, sus ritos. Se agrupan aquí el catolicismo y la masonería, sobre la que se desarrolla principalmente esta historia.
El mito, en este caso París como ejemplo de supuestas libertades ideológicas, igualdad social y superioridad cultural y artística.
La desigualdad de oportunidades entre las clases sociales más y menos favorecidas, confrontadas aquí en los personajes de Pablo, el heredero de la condesa y Matías el jardinero.
y otros específicos y muy típicos en la prosa última de Cecilia, como por ejemplo
El secreto y sus consecuencias determinantes en las vidas de quienes lo guardan y de quienes intentan conocerlo, que del mismo modo que el tratamiento psicológico de los personajes, no es nuevo en su obra, pues ya lo desarrolló en su anterior novela Si hubieras estado aquí (Idea -Aguere – 2013) (pág.114)
En resumen, El sepulcro vacío, la última y lograda novela de Cecilia Domínguez Luis es muy interesante por todo lo dicho antes, pero también muy entretenida, la primera condición que debe tener cualquier narración que se precie, pues tiene una trama sólida a la que se le pueden seguir distintos hilos, sin perderse las sorpresas y los misterios —incluidos posibles hechos sobrenaturales— que la condimentan, y una acción principal que avanza ágil por el empuje de los personajes tan dibujados por la autora que les parecerá tenerlos enfrente y conocerlos de siempre.
Es una historia veraz, donde hay amor y odio, alegría y tristeza, éxito y fracaso, progreso y retraso, intransigencia y fanatismo y tolerancia, riqueza noble y pobreza brutal, esperanza y muerte también. Cuando terminen de leerla, y recuerden que ese es el deseo máximo de la actual Premio Canarias de Literatura dos mil quince, que la lean, tendrán la sensación de haber recorrido los avatares de unas vidas ordinarias como las nuestras, porque como dice Joan Margarit
el dolor y la felicidad nunca van por separado, y no es posible escribir algo angustioso solo ni feliz solo. Hacerlo sería falso porque la vida no es así.
Aquiles García Brito.