Cuando el amor llega así de esa manera, uno no se da ni cuenta. Claro que esto no le pasaba a Bell. Ella sí se daba cuenta, pero no le importaba que aquel chico que, cuando volvió en sí se presentó como Eduardo (¿De qué le sonaba a aquella cabecita de campana?)fuera tan pálido, huyera del sol y tuviera una rapidez y una fuerza sobrehumanas. Ni siquiera hizo caso a las advertencias de su amigo Jacobo, pensando en que lo más probable era que estuviera celoso.
Y es que Bell no estaba ahora para boberías y más cuando barruntaba que el Conde no iba a quedarse quieto en su cama de pino acolchada. Además, infiltrado o no, ella estaba totalmente enamorada del pálido muchacho de mirada fría y atrayente.
El parque fue el refugio de un amor que tenía pocas posibilidades. Él se resistía a convertirla en uno de los suyos, aunque sabía que tarde o temprano se le acabarían las excusas.
Una noche, Bell se levantó de su cama impulsada por una orden más fuerte que su voluntad (bueno, digamos que esta tampoco era mucha). El jardín de su casa se había convertido en un lugar inhóspito y salvaje donde reinaba una espesa maleza por la que se escurría, furtiva, toda clase de alimañas.
El aullido de un lobo hizo que de pronto todo quedara en silencio, pero Bell parecía no enterarse de nada. Se dirigía, como una sonámbula, al fondo del jardín, con los ojos muy abiertos perdidos en la oscuridad de la noche. Tras un árbol seco y carcomido, una figura, envuelta en una negra capa, aguardaba.
Pero cuando la bella muchacha estaba al alcance de sus retorcidas manos, una enorme elipse azul láser incandescente se interpuso entre ella y la figura.
-¡Este entrometido otra vez!-exclamó el Conde- ¿Será posible?
Pues sí, lo era, porque otra de las cualidades de Eduardo era su facilidad para describir en el aire trayectorias de todo tipo que fulminaban a cualquiera.
El Conde, consternado ante tanta modernidad- lo de las nuevas tecnologías no era lo suyo y odiaba “La guerra de las Galaxias”- pensó en eso tan socorrido de: “Si no puedes con tu enemigo, únete a él.” Y es que, a estas alturas, la aristocracia estaba, nunca mejor dicho, de capa caída.
(Continuará…)