Literatura

50 SOMBRAS DEL REY

SOMBRAS NADA MÁS

 

«Frunzo el ceño con frustración hacia mí misma frente al espejo.»

Así comenzaba su jornada una muchachita después de despertar con una gran resaca. Pero no era este el motivo de su malestar ante el espejo. Y es que ella era un princesa, pero no lo sabía, era guapa, pero no lo sabía, era inteligente, pero no lo sabía (y muchos tampoco).

En la floristería donde trabajaba para pagarse sus estudios universitarios siempre le decían- sus compañeros masculinos, claro- que estaba para comérsela y otras lindezas por el estilo, pero ella no se lo terminaba de creer porque ¡ella no sabía, señores, ella no sabía!

Pero, como toda princesa que se precie, aun sin saberlo, ellas soñaba con su rey (lo de príncipe estaba un poco manido y más si era azul) o, en su defecto, un joven como Eduardo o Jacobo, protagonistas de “Opúsculo”, esa tetralogía que la había dejado patidifusa. ¡Qué vampiro, qué licántropo! ¡Qué buenos estaban!

Hasta que apareció Richard, un hombre joven, de ojos grises acerados, alto, fuerte, guapo. Todo un cromo. Y encima rico y soltero. Además, con sus 50 sombras, un séquito que para sí lo quisieran los marajás que en el mundo han sido. Claro, que nadie se enteró porque iban con su ropa de camuflaje.

Pero ahí no paró el asombro de nuestra princesa. Ella lo conocía, bueno, lo había visto en la inauguración de uno de sus casinos, cuya decoración floral había sido encargada a su floristería, precisamente. Sí, el era Richard, el magnate, el rey de los casinos.

¿Cómo iba Richard Rey en persona (porque el apellido le venía que ni pintado) a una floristería? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué le traía por allí?

Todo esto se preguntaba Tatiana Luna, nuestra princesa que no lo sabía, mientras le era imposible apartar sus ojos del joven.

Cuando se dio cuenta de que él también la miraba, se ruborizó, cosa que hará tropecientas veces a lo largo de esta historia, lo aviso.

Entonces Richard (lo de Ricardo le parecía poco comercial) se dirigió a Tatiana para decirle que estaba allí por ella. Que desde que la vio en la inauguración distribuyendo nardos apoyados en la cadera y ramitos de violeta, como ave precursora de primavera, se quedó totalmente prendado.

Nuevo sonrojo de la muchacha.

-Mire, señorita Luna (lo del apellido también le venía al pelo), no sé qué pensará de mí, pero le diré que una bola en el camino, me enseñó que mi destino era jugar y jugar.

-¡Jugar y jugar. Jugar y jugar- repitió el coro de sombras.

Ella inició una tímida y sonrojada protesta, pero él la silenció poniéndole uno de sus largos y cuidados dedos en los labios, lo que para Tatiana fue como si le hubiese aplicado una corriente de mil pares de voltios.

-Después me dijo un trilero- continuó Richard- que no hay que jugar primero, pero hay que saber jugar.

-¡Madre mía!- frase recurrente de nuestra protagonista- ¡Pero qué bueno está!

-Mire, señorita, no soy “hombre de flores ni de corazones”, pero como hago siempre lo que quiero y mi palabra es la ley, le diré que tengo una parte de mi jardín a la que le falta algo y creo que usted lo tiene.

-Querrá decir la floristería, señor- nuevo rubor.

-Bien, vamos al grano, señorita Luna…Permítame que la llame Tatiana.

«¡Vaya, sabe mi nombre! ¡Madre mía!» Y se sonrojó de nuevo ante ese pensamiento tan maduro, antes de contestar.

-¡Oh, sí, sí, claro, señor Rey.

-Llámeme Richard, por favor.

Y después de este diálogo tan interesante, Richard eligió varios cactus, espinas de Cristo y Flores de la Pasión, lo que no dejó de sorprender a Tatiana y a sus compañeros. Pero claro, el cliente siempre tiene la razón y además este pagaba al contado.

-¿Quiere que le llevemos su pedido en el furgón de la floristería?

-No, he venido preparado para esto.

Dio un silbido y de una esquina apareció una camioneta conducida por una de sus sombras.

-¿Podría acompañarme, Tatiana? Me gustaría que me asesorara acerca de la colocación de las plantas.

-Bueno, si usted cree que…

-Sí lo creo.

En ese momento, su corazón (el de ella, se entiende) se puso a mil por hora.

-Perdóneme un segundo. Voy a coger mi bolso y mi abrigo.

Catalina, su amiga de siempre y compañera de trabajo y estudios, la aguardaba en la trastienda.

-Ten cuidado, Tatiana. Ya deberías saber que estos tipos no son de fiar, y menos este. No sé si sabrás que colecciona chicas como si fueran cromos.

-Yo sólo lo voy a acompañar para asesorarlo- y se puso de nuevo como un tomate.

-¿Y tú te lo crees? ¿No te has fijado en cómo te miraba?

-¿A mí? Pero cómo se va a fijar en mí si yo…

Y es que ya lo sabemos todos: ¡Ella no sabía!

(Continuará…)