Poesía

ALUVIÓN (Idus de noviembre)

He venido a contarte
que he descubierto el alma de los peces enganchada a un coral,
y que los príncipes, en su conciliábulo de trinos y trenes,
han rechazado por tercera vez el poder de los astros
y el despertar inocente de los niños.
Todo fue, entonces,
como si banderas oscuras se izaran
afilando cuchillos, y como si la tarde
tomase el color de las amapolas heridas.
De ahí que se elevaran las preces y señalaran con el dedo
a las mujeres que levantaban trincheras
para defenderse de sus propios sueños.

He de decirte
que existen montañas que se desprenden de sí mismas
y hacen añicos la fe de los nidos.
Que hay otra forma de demorarse
entre los ovillos de las hilanderas
y las pócimas de los príncipes,
y que las mareas se oscurecen con tanto naufragio
de aerolitos sonámbulos.

Despoblar la mirada de los hombres tristes
que se ahogan sobre nuestra mesa,
no nos servirá para desterrar el dolor que brilla en los ojos del mirlo, ni el de las luminarias que agonizan en el jardín.
Mira cómo nos aturde el parloteo de las urracas
y el saludo interminable de los muñecos de cuerda.

Estamos en la hora justa
para ver cómo el viento derriba los castillos de arena
y hace rodar las cabezas de los últimos reyes
que confiaron en la omnipotencia de su dedo pulgar.

Y hay que cerrar los ojos
para sentir cómo se encienden las ventanas.

¡Salud y República!