La perversión del silencio
Todos tenemos un lado oscuro, ese lugar en el que se asientan nuestros deseos de dominio, de crueldad, de deshumanización del otro y un sinfín de etcéteras, pero que también puede ser fuente de superación y creatividad. Todo depende de nuestra capacidad y voluntad para encauzarlo.
Y es que este lado oscuro es fundamentalmente humano, porque el animal, por muy agresivo que sea, nunca disfruta con la violencia ejercida sobre el otro.
No nos rasguemos las vestiduras. Todos hemos sido niño con ese puntito de crueldad que nos llevaba a disfrutar haciéndoles perrerías a los pequeños animales que tuviesen la mala suerte de pasar por nuestro lado. Y lo hacíamos porque, sin ser plenamente conscientes de ello, así demostrábamos nuestro poder sobre el otro, ese ser inferior al que podíamos dominar.
En el mundo adulto esta pulsión persiste, transformada en un deseo de poder sobre el otro; en este caso un ser de su misma especie.
Se dice que el poder corrompe y es que la perversidad del poder se vale de una y mil artimañas para gobernar.
Una de ellas es la estrategia del silencio, en el sentido que nos da el diccionario de ‘silenciar’: “guardar deliberadamente silencio sobre ciertas cosas.”
En este caso, callar es una manera de mostrar poder, hasta el punto de convertirse en una forma de abuso.
Y así, quienes ostentan el poder callan ante temas espinosos que puedan dañar su imagen o sus votos (léase mentiras, corrupción etc.), o ante peticiones molestas –porque no redundan en su beneficio- de ayuda a países afectados por epidemias mortales (por poner un ejemplo). Países a los que, por otro lado, han contribuido a esquilmar.
Es la perversión del silencio; es el no hacer nada, la indiferencia más hiriente, ante algo tan importante como es la muerte de los otros. Pero ¿qué más da? Están tan lejos…
Y es una burla, una ofensa para los que esperan respuesta. Pero nosotros también callamos, en un silencio igual de oscuro que procede del miedo o de nuestra condición acomodaticia, mientras los que lo imponen nos sonríen beatíficamente desde sus pantallas de plasma.