¡Hombre al agua!
Al instante se ralentizaron los motores y una lancha se lanzó al mar, con dos forzudos marineros.
Cuando lo izaron tenía más cara de susto que de ahogado, o al menos eso fue lo que pensaron los dos hombres de la mar.
«¡He fallado! Tenía que haberlo pensado mejor. Este día asquerosamente azul y sin una nube, la pequeña brisa del mar, que a duras penas sirvió para mi propósito; desde luego era el momento menos indicado. Ni siquiera la hora. ¡A quién se le ocurre!»
La hora no había estado tan mal como creía. Todos estaban en el comedor, almorzando, y de no ser por aquel anciano que, medio mareado, había salido a cubierta en ese momento, nadie se hubiera dado cuenta. Cuestión de mala suerte.
«Ahora, qué explicación voy a darle. Lo del pañuelo al viento fue una excusa infantil, y ese empeño mío en que lo recuperara a toda costa porque era “un recuerdo de mi madre” colaba más bien poco. Claro que a mi favor tengo sus pocas luces (dice mi familia que eso es que está muy enamorado).»
Lo había conocido en una de esas fiestas familiares en las que siempre hay invitados a los que no has visto en tu vida. Era verano y la ligera brisa de la tarde invitaba a la diversión.
Frente a la mesa de las bebidas un hombre joven y, todo hay que decirlo, “bien parecido”, moreno y de aspecto despreocupado, pedía una caipiriña.
-Que sean dos-dijo.
Entonces él se volvió.
-¡Vaya, parece que coincidimos en gustos, ja, ja! Perdona, me llamo Jorge, ja, ja.
Esta última risa le chocó un tanto, pero lo achacó a un deseo de agradar, así que no le dio la menor importancia, como tampoco se la dio a todas las tonterías que hablaron después y las veces que se vieron, muchas en fiestas, en la playa, algunas a solas, en las que no faltaron confesiones y acercamientos más íntimos, que Jorge siempre festejaba con una carcajada. Eso sí, no pasaba de tres o cuatro ja.
El caso es que, a pesar de que ninguno quería compromisos, de un día para otro fijaron fecha para la boda.
Aún no se explica cómo cedió tan rápido y tan fácilmente, si para esas fechas, tanto ja, ja había dejado de hacerle gracia.
Pero todo estaba ya decidido y preparado, las invitaciones enviadas, y no podía volverse atrás, o eso pensó para convencerse.
-¡Hazme el favor de no decir tantas tonterías y déjate de tanto ja,ja! ¿No te das cuenta de que no tiene ninguna gracia?
-Pues bien que te la hizo en su momento ¿eh? Ja, ja.
Aquello era insoportable. No sólo se limitaba a las cuatro paredes de su apartamento, sino delante de sus amigos, en reuniones con la familia (no quería ni imaginar cómo serían las de trabajo), en fin, en cualquier tiempo y lugar.
Pronto- o demasiado tarde- se dio cuenta de que todas las ocurrencias de su recién estrenado marido no eran sólo para caer bien (lo que dudaba que consiguiera) sino producto de una falta de cabeza; en otras palabras, que no daba para más. Y lo peor era que a muchos de sus amigos continuaba haciéndoles gracia.
«No me lo explico, a no ser que finjan por estar yo delante.»
Empezaron los malos humores, las discusiones que siempre acababan en la exasperación cuando tenía que oír en lo más ardiente de la refriega, una frase tonta, pretendidamente conciliadora, seguida de un ja,ja.
-¡Es que no se puede ser más idiota, estúpido y cretino!
-¡Y tu más…ja,ja!
Un día se armó de toda la paciencia que le fue posible, fingió un ánimo conciliador y le propuso un crucero para las vacaciones.
-Tal vez así vuelvas a hacerme gracia- ironizó.
-¡Oh, estupendo, un crucero, ja,ja!
Cierre de puños para dominarse.
A pesar del calor, eligió un pañuelo de seda azul y se lo puso al cuello. Salieron a cubierta. El mar estaba picado por una ligera brisa. Aprovechó y se aflojó el pañuelo que una pequeña ráfaga terminó por arrebatarle…
Cuando Jorge se recuperó en su camarote se le encaró.
-¡No creas que no me he dado cuenta de que me empujaste!
Esta vez no hubo ja,ja.
-¿Yo, estás loco? Al contrario; lo que hice fue intentar agarrarte cuando te alongaste demasiado para coger mi pañuelo. ¿Y encima me lo echas en cara?
-¡Desde luego, se necesita cinismo! Además, ¿Por qué?…
-Pero tú, tú…¿quién te crees que soy?
Un rostro entre compungido y enfadado y unos ojos rojos al que asomaron un par de lágrimas y que cada cual puede interpretar a su manera, puso fin a los reproches. Lejos estaba Jorge de adivinar que la causa de aquellas lágrimas que, por supuesto, no eran fingidas, no tenía nada que ver con su acusación sino con la rabia por no haberse cumplido. O tal vez no estaba tan lejos.
-Está bien, lo siento. A lo mejor me ha pasado. Siempre me paso, ja, ja. Oye, se me ocurre que, esta noche, después de cenar, si te parece, podemos ir a dar un paseo por cubierta. Seguro que hará una noche magnífica, llena de estrellas. Será como cuando nos casamos. Buscaremos “los lugares más oscuros”, como dice la canción ¿Te acuerdas? Ja, ja.
No quería recordar nada, pero accedió con una sonrisa. Al fin y al cabo, se lo servía en bandeja: un paseo por cubierta y esta vez de noche.
Un certero golpe en la cabeza con la Nikon profesional, regalo de boda. Luego un chapoteo, esta vez sin testigos inoportunos, y una sombra que se desliza hacia la zona de camarotes repitiendo casi en un susurro: ¡Hombre al agua, hombre al agua! Ja,ja.