Opinión

CIENCIA, IGLESIA Y GALLARDÓN

De todos es conocida la relación, no precisamente amorosa, de la Iglesia con la Ciencia.

Ya desde sus primeros momentos la iglesia se ha destacado por su labor entorpecedora, cuando no perseguidora, hasta límites de hoguera, de cualquier avance científico y de sus autores.

Ejemplos los tenemos de todas clases y épocas. Desde Galileo, condenado por su teoría heliocéntrica, por la que la tierra dejaba de ser el centro del universo y, además se movía alrededor del sol, algo que iba totalmente en contra de las “Sagradas Escrituras” (Recuérdese el ejemplo de Josué (Jos 10-12) que, ni corto ni perezoso, ordenó al sol que se detuviera y así lo hizo ¡qué cosas!), hasta la instancia de Juan Pablo II para que los científicos no investigaran sobre el origen del universo que, por lo visto, solo compete a Dios, pasando por el médico español Miguel Servet, descubridor de la circulación de la sangre, que murió en la hoguera, porque, según el parecer de la “docta iglesia” sus artículos, blasfemos y execrables, solo servían para seducir y defraudar a los pobre ignorantes. Sin tener en cuenta de que era la misma iglesia quien favorecía esta ignorancia como un instrumento más de poder.

Y no digamos nada de la radical oposición a la experimentación genética. Qué diría Méndel, sacerdote él, y padre de esta rama científica.

Y es que, las razones son obvias. La Ciencia aboga por la búsqueda de la verdad a través de la observación, la experimentación y la demostración, algo que pone en peligro la irracionalidad de la fe que lleva a comulgar con ruedas de molino a los incautos- o interesados, que de todo hay- que con su sumisión y su “amén” contribuyen a fortalecer una autoridad y un poder, los de la Iglesia, que nadie, excepto ella misma, se ha concedido. Eso sí, poniendo a Dios como “cabeza de turco”.

Y es curioso comprobar cómo instituciones que más de una vez han apoyado la pena de muerte, incluso la han aplicado, que apenas mencionan la cantidad de niños que mueren cada día por falta de recursos, condenen el aborto con la cínica afirmación de que defienden la “vida”. Vida así, a secas. Pero si con ello se refieren a la “vida humana” ¿por qué se quedan solo en la primera palabra? He ahí la falacia, porque vida hay en una célula, en un óvulo sin fecundar o en un espermatozoide, pero “vida humana” es otra cosa.

Puede que la explicación esté en que no se atrevan a repetir lo que una vez afirmaron y es que Dios concedía un alma en el mismo momento de la fecundación, lo que implicaría que desde ese momento ya era un ser humano. Incluso la simple presunción ya es especular más allá de lo razonable y, desde luego, sin base científica alguna. Pero eso ¿qué más da? ¿Desde cuándo se ha apoyado la iglesia en la ciencia, si no es para rechazarla, a no ser que favorezcan sus propios intereses – lo que se da raramente-?

Y aquí, viene, como no podía ser de otra manera, el señor Gallardón, el super progre y sus fervientes seguidores de la “Extrema-Unción” , con una ley que se acomoda a los dictados del ala más intolerante e hipócrita de la iglesia, una institución de siempre misógina y anti avance del pensamiento progresista y científico.

Tanto la una, como el otro no cejan en buscar razones espurias para justificar una ley, a todas luces retrógrada, que aborta –miren por dónde- la libertad de decidir de la mujer y, de rebote, pretende incluso – aunque no lo diga abiertamente- detener avances científicos, porque, ¿No se han preguntado ustedes para qué servirán, después de esta ley, los diagnósticos prenatales- en los que se han producido y se siguen produciendo grandes avances- si sea cual sea el resultado, se tiene que continuar con el embarazo?

Afortunadamente, por mucho que se empeñen, no podrán detener los avances de la ciencia, pero no será porque no intenten ponerle zancadillas.

Incluso, el señor Gallardón con descarada desvergüenza, no duda en decir que “su” ley favorecerá la economía. ¿Qué pasa, señor ministro? ¿Se refiere usted a la proliferación de mano de obra barata como en los mejores tiempos de su venerado franquismo, en que hasta había un premio de natalidad? Desde luego no puede ocultar que usted tiene muy claro que es la clase obrera la que más difícil lo va a tener para abortar ¿o no? ¿Y qué pasa con los discapacitados y los recortes en dependencia, en esas mismas familias? ¿Qué se j…? No hay nada como ser un progre católico, apostólico y romano.

Pero aparte de todo esto, más que preguntarnos a quién o quiénes favorece la Ley del aborto, algo que todos tenemos claro, deberíamos preguntarnos a quiénes perjudica, y gravemente.

Sin pensar demasiado me vienen tres colectivos:

1-A la mujer con pocos recursos económicos que, decidida a abortar- algo que no se impedirá, por muchas leyes que se aprueben-no pueda ir a Inglaterra, Francia u otros países europeos y se vea obligada a someterse a abortos clandestinos con riegos para su salud e incluso su vida (Un ejemplo: en España, en el año 1976 se producían unos 100.000 abortos clandestinos al año, en los que morían entre 200 y 400 mujeres.)

2.- Los propios “no nacidos”, diagnosticados con malformaciones que van a venir a este mundo a sufrir sin remedio- y muchos de ellos sin posibilidad de ayuda- ( Eso sí, tendrá ganado un puesto en el cielo ¿qué les parece?)

3.- Los médicos, que ya no serán libres de decidir si interrumpen el embarazo no deseado de una mujer, pues si lo hacen corren el riesgo de ir incluso a la cárcel.

Y a todas estas, a la iglesia no le parece suficiente, quiere más carnaza, en nombre de la “vida” ¿De quiénes?

Termino- porque ya me estoy alargando- con una frase que deberían aplicarse más de uno, incluido el señor ministro progresista y de la jons, y que es de Juan Huss, sacerdote y filósofo, nacido en Bohemia en 1370, condenado, por supuesto, a la hoguera y que dice así: « La opinión de ningún hombre, sea cual sea su autoridad, y, en consecuencia, la opinión del papa, debe ser tenida en consideración si contiene falsedad o error.»

Y que el cuento se lo aplique quien quiera.