Opinión

LA RESERVA ESPIRITUAL DEL OCCIDENTE

Después de que nos hayamos cerciorado, ayer mismo, de que la justicia es igual para todos, ¿No es verdad, Su Majestad? Y de aprendernos, a base de repeticiones, el manual del buen imputado, que consiste en repetir sin que se les mueva una ceja lo de “No me consta, no sé, no recuerdo”, cual letanía. Después de que nos hayamos enterado, por boca de la singular alcaldesa de los madrileños, de que “oír la voz de la calle” es cosa de la Revolución Francesa, o sea que esta que escribe va a tener que preguntarle a algún profesor de historia que me explique de nuevo qué es eso de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, o lo de la Ilustración, que seguro es cosa del demonio y yo tan equivocada, vuelvo, irremediablemente, a toparme- nunca mejor dicho- con las embestidas del señor Gallardón, a propósito de su tema estrella.

En una de sus tantas entrevistas en las que, para bien o para mal, el tema del aborto es ineludible, al señor ministro se le llena la boca diciendo que en esta democracia (la pongo en minúscula, pues, de un tiempo a esta parte, está bastante encogida, la pobre)«lo que marca la acción del Gobierno es el voto en la urna.» O sea, o sea, que si el gobierno al que usted a votado falla en todas sus expectativas e incumple con lo prometido, pues no haberlo votado y “punto pelota” (expresión muy querida por estos del PP, seguramente porque estas dos palabritas empiezan por la letrita…)

Habla de los derechos fundamentales. ¿Derechos de derecha? ¿Fundamentales de fundamentalistas? Y ¿Qué pasa, que los derechos de las mujeres no son fundamentales? Pues parece que, para este justiciero ministro, las mujeres somos de segunda, si no de tercera clase. ¿Seremos humanas, o tendremos que acudir a un nuevo concilio para que se nos reconozca, “alma, corazón y vida”?

Y por más que diferentes periodistas pretendan “sacarle los colores”, acudiendo al propio proyecto de ley, a las opiniones de parte de su partido, a la evidencia de las protestas en toda Europa, él ni se inmuta y pretende hacernos creer que su ley defiende a la mujer, pobrecita, que no tiene dos dedos de frente y tiene que acudir a la “opiniones de expertos” y a una semana de reflexión, para decidir sobre ella misma.

La verdad es que las declaraciones de este señor me tienen hablando sola y ma.l

Y no sólo eso, es que, para más inri (obsérvese lo bíblico del término), sus palabras y gestos me retrotraen a épocas, vamos a decir que oscuras, en las que España, según el tirano bajito que la sojuzgó durante cuarenta años, era «la reserva espiritual de Occidente.»¡Ahí queda eso!, por no escribir otra frase que, por cierto, pronunció todo un ministro él y que empieza por “manda”.

Porque está claro que este señor, cuya canción preferida deba ser aquella que habla de una camisa nueva – y no es la de Juanes- y que parece expulsado de la máquina del tiempo (pasado, claro), pretende junto a su Iglesia apostólica y romana, que esta vuelva a ejercer por sus fueros, mejor dicho, que prolongue y aumente su posición de privilegio; un poder donde lo político y lo religioso se mezclan para favorecer sus intereses. Me pregunto, con qué moral, una institución que alberga y protege en su seno a pederastas, pretende darnos lecciones de nada.

Pero no sólo eso. Parece que de nada sirve que una Constitución, la de 1978 que, por cierto, ya es hora de que se le haga un “repaso”, haya dado paso a una secularización, y que la realidad nos la muestre, sobre todo entre los jóvenes. Por encima de todo ese está el preservar esa “espiritual”, que no espirituosa (o a saber) reserva, con la ayuda inestimable de la Virgen del Rocío y Santa Teresa, a parte de algún que otro santo que se les una, que toda ayuda es poca para acabar con esta ola de ateos que nos invade.

Y así, con esta ayuda celestial estos próceres de la patria, volverán a poner las cosas en su sitio, entre otras (cosas, me refiero) las mujeres, convertidas, por obra y gracia del espíritu que pretende imperar, en meros úteros paridores, cuando no en seres mentalmente débiles, necesitadas de una protección masculina y si no, que no hubiesen comido la manzana y encima invitar al pobre Adán, tan bueno e inocente.

Está visto que lo de estudiar en un colegio nacional católico imprime carácter.

¡Y así nos va!