Buenos días, amigos:
Dejo aquí mi reflexión sobre el acoso y la violencia escolar. Desde luego, puede ser acertada o no, pero es lo que pienso.
Todos tenemos nuestro lado oscuro, ese lugar en el que se asientan nuestros deseos de dominio, de crueldad, de deshumanización del otro, pero que, si somos capaces de encauzarlo, puede ser también una fuente de superación y creatividad.
Tzvetan Todorov afirma que «son bárbaros los que transgreden las leyes fundamentales de la vida en común»
El caso de acosos y agresiones escolares, productos, a mi parecer, de unas carencias, hacen que esta pulsión de poder y dominación del otro- que solo se da en los humanos, pues los animales no disfrutan con violencia- se convierta en barbarie.
Desgraciadamente, esto no ocurre solo en el ámbito escolar. La violencia se ha vuelto tan cotidiana, que apenas nos sorprende. Guerras, asesinatos-machistas o no-, secuestros, violaciones, actos de homofobia o racismo, etc., están a la orden del día.
Pero aclarado esto, vuelvo al tema que hoy me preocupa porque, además, puede ser el germen de futuras violencias.
Está claro que el acoso escolar ha existido siempre. Todos conocemos algún caso, en nuestra infancia, en el que un compañero o compañero de colegio ha sido víctima de burla, incluso de agresiones.
¿Por qué ocurre esto? ¿Está la sociedad tan enferma como parece?
Son muchas y muy complejas las posibles razones:
-Un no saber gestionar las propias frustraciones y descargar las posibles culpas en quien está más próximo.
-Una serie de carencias en la formación de la propia identidad, que, en lugar de suplirlas con el acercamiento al otro, se hace a través de su sumisión y su dominio.
-La violencia que se ofrece en los medios de comunicación, no solo en las noticias sino en series y películas (la mayoría de serie B), cuyos mensajes de sometimiento al otro, de triunfo de la fuerza, de mujeres tratadas como objetos, etc., nos propone unos modelos absolutamente detestables.
Sí, todo es muy complejo, pero esto no nos quita responsabilidad.
La sociedad no puede hacer oídos sordos o, lo que es peor, decir que son “actos puntuales”, cuando la violencia, la agresividad, esos impulsos bávaros, forman parte de nuestra condición humana.
Es necesario no solo reflexionar, sino actuar.
Todos necesitamos normas de convivencia, y en el caso de niños y adolescentes, no basta con comunicárselas o proponérselas, también hay que imponérselas.
No estamos entre iguales. No somos los amigos de nuestros hijos o nuestros alumnos. Somos sus padres o sus profesores y, como tales, debemos dejar claro nuestra autoridad, algo que, desgraciadamente, se ha ido perdiendo.
Esto no quiere decir que volvamos a un infame tiempo de disciplina cuartelera, pero sí de dar a entender al niño y al adolescente que toda acción tiene sus consecuencias.
Y esto no solo compite a los padres y a los maestros, sino a toda la sociedad.
Todos debemos ser conscientes de la necesidad de elaborar (o aplicar) protocolos que no dejen impunes el acoso y las agresiones escolares. No basta con prestar ayuda psicológica (cuando se hace) a la víctima. No basta con expulsar unos días a los agresores, pues hasta estos podrían pensar que se les “premia” con unos días de vacaciones, Pienso que, en esos días, deberían desempeñar algún trabajo social, o asistir a cursos sobre la convivencia etc.. Y también concienciar a quienes los apoyan (el agresor siempre necesita testigos de su poder para sentirse más “realizado”) para que dejen de ser sus cómplices.
Todo esto, al margen de que se siga investigando sobre las posibles causas y soluciones a este problema,
En otras palabras, proteger tanto al agredido como a los agresores, porque estos también son víctimas de una sociedad que, muchas veces, les vuelve la espalda y, con ello se hace cómplice de estos abusos.
¡Salud y República!