Opinión

SOLIDARIDAD, UNA PALABRA ENORME

(Palabras para la clausura del Acto Institucional de CRUZ ROJA)

Libertad, Igualdad y Fraternidad. He aquí el lema oficial de la República francesa que, en el siglo XIX se convirtió en la consigna de todos aquellos partidarios de la democracia y del derrocamiento de cualquier gobierno opresor.

Sin embargo, la realidad es, tristemente, más poderosa, y esas tres ambiciosas y fundamentales palabras, se han convertido, para desgracia nuestra, en una utopía.

Porque no podemos hablar de Libertad cuando existen gobiernos que reprimen cualquier manifestación no acorde con sus ideas, cuando se sigue oprimiendo y esclavizando a niños y a mujeres, cuando se imponen leyes que, con la excusa de una supuesta seguridad, abortan la libre circulación y expresión. Cuando, como dice el poeta Pedro Gracía Cabrera, «Fabricamos la paz de los cañones/ vendemos ademanes y arco iris/ e hipotecamos nuestras sombras».

Tampoco podemos hablar de Igualdad en un mundo globalizado en el que cada día se hace más patente el abismo entre pobres y ricos. Donde los ancianos son infravalorados, cuando no se les considera un estorbo .Donde las mujeres siguen siendo asesinadas por sus parejas o ex parejas. Donde el color de la piel, la religión, el sexo, incluso la edad o el sitio donde naces, puede ser tu salvación o tu condena.

Donde derechos tan fundamentales como la educación y la sanidad, gratuita para todos, recogidos en los  artículos 25 y 26 de los Derechos Humanos, o en los 27 y 41 de nuestra Constitución, se saltan a la torera. Y no son los únicos ni mucho menos, sobre todo ahora, con la excusa falaz de la crisis.

¿Y de la Fraternidad? Hemos sustituido este término que según el diccionario de la RAE significa «Amistad o afecto entre hermanos o entre los que se tratan como tales», por el de Solidaridad, tal vez porque, volviendo al lema francés, Fraternité puede remitirnos a épocas de la Revolución Francesa donde esta palabra, paradójicamente, estuvo asociada a momentos de intensa violencia.

“Solidaridad” significa, entre otras cosas, «Adhesión a la causa o empresa de otros.» «Relación entre las personas con el mismo interés en ciertas cosas, particularmente, que se siente unidas en la comunidad humana. »

Un término que a algunos se les hace cuesta arriba y que otros utilizan para su provecho o intereses, ya sean políticos, sociales o religiosos, desvalorizando esta palabra que, hoy más que nunca, en un mundo lleno de corrupción y estafas, es necesario darle la dimensión que merece, de tal manera que lo que llamamos justicia social, igualdad y libertad, alcance, al menos, a una gran mayoría.

Y esto no es hablar por hablar. Tenemos que ser conscientes de que, dada la situación mundial (guerras, asesinatos, masacres, miseria), si nos olvidamos de ser solidarios, corremos el peligro de caer en la barbarie.

Ya lo decía Antonio Machado: « Enseña el Cristo: a tu prójimo/ amarás como a ti mismo/ mas nunca olvides que es otro.»

Sí, es otro quien tiende su mano y su miedo, sus esperanzas y su deseo de una vida mejor, a otras manos dispuestas a ofrecerles su ayuda.

Y estas manos son las de un grupo, afortunadamente cada vez más numeroso, de personas voluntarias que se unen para formar Organizaciones No Gubernamentales, como la Cruz Roja, que son capaces de poner en alza el valor de la solidaridad, con una entrega que va más allá, de su tiempo, de su trabajo, de sus horas libres, incluso de sus propias vidas, como desgraciadamente hemos podido comprobar hace pocos días.

Siempre reconforta pensar- quizá un poco egoístamente- que, frente a las guerras, el genocidio,  la explotación laboral, la violencia generalizada, frente a las catástrofes y la miseria, existen personas que son capaces de agruparse para intentar frenar tanto desastre, aun sabiendo que esto no basta.

Porque es doloroso contemplar un mundo lleno de cadáveres: en las playas, en las trincheras, bajo los escombros- y la muerte no sabe de razas, sexos ni edades-.Porque no lo es menos comprobar cómo se trafica con la necesidad humana, cómo se humilla al débil, cómo se rechaza al “distinto”.

Y es que «Hay golpes en la vida tan fuertes…yo no sé», y no sabemos, y la impotencia nos inunda las manos.

Es entonces cuando las ONG vienen  a decirnos que su existencia prueba que la gente puede organizarse con el solo objetivo de ayudar a los demás. Que mientras los estados trazan fronteras, levantan murallas y alambradas de espino, sus componentes curan las heridas del cuerpo y también de los espíritus de aquellos que consiguen traspasarlas. Que mientras los gobiernos se enriquecen con la venta de armas a países en conflicto («tristes armas, si no son las palabras, tristes, tristes»), sus voluntarios acuden al lugar de la contienda para intentar salvar vidas.

Un voluntariado tenaz que mientras los estados “olvidan” ( por no decir traicionan) los Derechos y las Convenciones, como la Convención sobre el Estatuto del Refugiado, tristemente tan de actualidad-y subrayo lo de convención porque esta exige obligado cumplimiento- se vuelca en ayudar a aquellos que por una u otra circunstancia ven en peligro su integridad física y algo que es muy importante, su dignidad.

Porque: «Hay tantos muertos/ y tantos malecones que el sol rojo partía/ y tantas cabezas que golpean los buques,/ y tantas manos que han encerrado besos/ y tantas cosas que quiero olvidar.» Versos estos de un poeta que vivió para la libertad y murió por ella, Pablo Neruda y que hoy siguen tan actuales como entonces.

Hace unos días tuve el privilegio de conocer a tres personas que trabajan como voluntarias en la Cruz Roja. Tres generaciones diferentes, pero un solo objetivo solidario: ayudar al otro, sea este quien sea y venga de donde venga.

A medida que hablaba con ellos me daba cuenta de que sus vidas, como la de todos aquellos que asumen el compromiso hacia los demás, cobraban la enorme dimensión de esa palabra que tan fácil nos sale de los labios, pero tan difícilmente de nuestros corazones: Solidaridad. Una palabra enorme que agiganta a quienes la practican. Porque, en la mirada de estas tres personas pude leer el sufrimiento de los otros, de aquellos que han salido de un infierno, o de los que han abandonado los brazos que aman, de aquellos que dejan sus sueños en la orilla, de los que se muerden los puños y no tienen pañuelos para las despedidas, la impotencia y el abandono. Pero también el esfuerzo por entender al otro, la esperanza, el reencuentro, la fuerza, el cariño y la entrega.

Y a través de ellos comprendí que la solidaridad es una palabra valiosa, sí,  pero lo son más los que hacen de ella una forma de vivir, una vocación que, como todas las vocaciones, requiere un compromiso, impone unos deberes, pero que, tal vez por eso mismo  nos enriquece y hace mejores.

En ellos, la solidaridad y el compañerismo se dan la mano. No hay líderes, no aparecen sus nombres en la prensa, pero contribuyen, con su proyecto solidario, a que este mundo sea un poco mejor, a que esos “otros” sepan que tienen derecho a mejorar sus vidas y a defender su dignidad como seres humanos y sociales.

Voluntarios, héroes anónimos que trabajan para que un día el mundo pueda despertar – y vuelvo aquí al poeta gomero-  con «una paz que no tema las centellas del crimen/ que no pueda arrancarme de los labios que amo,/ que no ponga en mis manos las armas del infierno,/y que no me avergüence de las aguas que cantan/ de las alas que vuelan y de mi propia sombra.»

 

Santa Cruz de Tenerife, 23 de octubre de 2015