Se dice que la mayoría de las personas que está en continuo contacto con las tragedias humanas (llámese enfermedades, guerras, muertes -violentas o no-) termina por inmunizarse a ellas, es decir, pierde esa sensibilidad que la hace estremecerse ante la tragedia y ser compasiva y solidaria.
De hecho, el que las noticias nos ofrezcan continuamente escenas de muertes violentas, asesinatos en masa, guerras crueles-¿qué guerra no lo es?- parece que nos lleva a fabricarnos, la mayoría de las veces inconscientemente, una especie de coraza con la que somos capaces de contemplar cualquiera de estas escenas mientras disfrutamos de un almuerzo o saboreamos un café frente al televisor.
Tal vez eso le ocurra a las fuerzas de orden público, llámese Guardia Civil, Ejército, o todas aquellas que se enfrentan cada día a la tragedia de la inmigración. Hombres y mujeres que se convierten en meros autómatas, que obedecen órdenes sin plantearse que hay vidas humanas en juego.
Visto lo ocurrido en la Playa del Tarajal, en Ceuta, me gustaría pensar que algo de eso ha habido, y no una premeditación por parte de los que han disparado pelotas de goma y botes de gases lacrimógenos a unas personas indefensas que intentaban, con desesperación, llegar a la orilla; pero no deja de asaltarme la terrible duda de si es cierto o no que, miembros de ese cuerpo y de otros encargados de la “defensa de las fronteras”, tanto del lado español como del marroquí, se “subastan” la recogida o no de los emigrantes, como si fueran meros objetos de cambio. Si fuera cierto, algo más terrible que la náusea tomaría posesión de mi pensamiento.
Pero lo que ya cae en lo grotesco es la actitud prepotente y soberbia del Director de la Guardia Civil de Ceuta, que no duda en amenazar con una querella a todo aquel que, según él, había vertido calumnias sobre lo ocurrido. Este señor parece no haberse dado cuenta todavía de que cualquier puede grabar en un video lo ocurrido y mostrarlo a todo el que quiera verlo.
De esto sí que fue consciente el Ministro del Interior, señor Fernández Díaz, que no tuvo más remedio que desmentir al susodicho. Claro que esto no lo exime de responsabilidad, y menos cuando aduce las espurias razones que justificaron la actuación de la Guardia Civil: el que, los inmigrantes eran jóvenes atléticos y «mostraban una inusitada actitud violenta agrediendo con palos y piedras a los agentes» fronterizos. ¿También en el mar, señor ministro, mientras luchaban desesperadamente por salvar sus vidas, nadando o aferrándose a rudimentarios flotadores?
¿Cómo explica, entonces, la fotografía de uno de los inmigrantes que logró sobrevivir y que salió por la zona marroquí, donde se muestra el impacto de una de las pelotas de goma en su cabeza? O ¿Cómo pretende hacernos creer en un efecto disuasorio cuando lo que realmente provocó este ataque- no lo puedo llamar de otra manera- fue sembrar el pánico entre los inmigrantes, lo que provocó que muchos de ellos se ahogaran?
¿Y cómo puede la vicepresidenta del Gobierno, la señora Sáenz de Santamaría, avalar las palabras del ministro del Interior asegurando que el uso de material antidisturbios contra los inmigrantes que nadaban fue ejecutado por los guardias civiles «con proporcionalidad y respeto a los derechos fundamentales»?
No dejo de preguntarme qué tipo de moral lleva a unas personas que defienden, a capa y espada, o con una votación unánime, de la que no estuvieron exentas- para su vergüenza o la nuestra- las mujeres del PP, la vida del no nacido, a que les importen tan poco o nada las de los ya nacidos que intentan sobrevivir al hambre, a las persecuciones o a las guerras.
¿Tendrá algo que ver el color de la piel?…
Stefan Zweig, en uno de sus certeros ensayos, publicado en el libro El legado de Europa, nos dice que «Entre poder y moral rara vez existe conexión, más bien se da una sima infranqueable. Señalarlo de continuo sigue siendo nuestro deber primero…»
Subscribo totalmente lo dicho, señor Zweig.
Petición hic et nunc:
Señor director de la Guardia Civil de Ceuta, señor Ministro del Interior, hágannos el inmenso favor de dimitir. Evítennos una nueva vergüenza.