Opinión

ALÍ, BÁRCENAS Y LOS ¿40? LADRONES

Con la resaca del «discursito» disculpatorio del Sr. Rajoy, no puedo por menos de intentar que se me pase el cabreo (con perdón) y para ello, nada mejor que empuñar el teclado, cual lanza y arremeter contra estos gigantes (¿o molinos de viento?) Da igual, el caso es que no puedo quedarme de domingo, leyendo la «trilogía americana» de Philip Roth, porque es que no veo ni las letras. Y sin más preámbulos ahí les va mi alkaseltzer.

ALÍ, BÁRCENAS Y LOS ¿40? LADRONES

«Aunque en el país no se hablaba de ladrones, Alí los tomó por tales, refugiándose en la copa de un árbol, al pie del cual se detuvieron los jinetes. Eran éstos cuarenta hombres altos, fornidos, armados hasta los dientes, y que al llegar al tronco de dicho árbol echaron pie a tierra, descargaron algunas bolsas que Alí Babá juzgó, por lo pesadas, estarían llenas de oro y plata. El que parecía capitán de la partida se acercó a una roca inmediata a aquel sitio y pronunció las siguientes palabras: ¡Sésamo, ábrete!»

Bueno, este es el tercer párrafo con el que se inicia el cuento del famoso libro Las mil y una noches que, imagino todos conocen (aunque tal vez es demasiado optimismo por mi parte, porque en los tiempo que corren hasta hay quien presume como el dictador bajito de oscura memoria, de no leer un solo libro).

No es este el país de Alí Babá, aunque nos acercamos a él peligrosamente, a base de austeridades, eres, desahucios y demás “soluciones” que nos están llevando a esa situación tercermundista en la que la riqueza está en manos de unos pocos y los demás, como dijo cierta señora, de cuyo nombre me gustaría no acordarme, ¡que se jodan!

Pues sí, señora, jodidos estamos y, como Alí, seguimos “cargando la leña” que nos imponen unos señores (banqueros, políticos y demás hierbas), que se dicen, ellos, servidores de la democracia, señora cada vez más depauperada.

Pero sigamos con el cuento. Un día alguien, llamémosle Alí, descubre la cueva (llamémosle banco suizo), donde un tal Bárcenas tenía escondido parte de su tesoro y ¡se abrieron las cajas de los truenos!, mejor dicho, la de los papeles, cual tinajas que escondían los nombres de aquellos que, fieles a su Gran Jefe Tesorero, tendían inocentemente sus manos para coger algún que otro sobrecito. Y es que, ¡ustedes no pueden imaginar lo caro que sale un cumpleaños, un chalet o un coche de esos con nombre de persona o animales! ¡Pues sí, un hue…so! (de los que tienen los elefantes en su testa).

Claro que en el reino de Alí (el auténtico) las cosas se solucionaban de una manera, digamos más drástica, a base de aceite hirviendo y un baile de puñales peligrosísimo. Además, el pueblo, que por lo visto estaba acostumbrado a que los gobernasen sin hacerse preguntas (¿tendrían a algún Wert o un Gallardón entre sus visires?) siguió teniendo los mismos problemas, a pesar de todo…

Pero en nuestro reino ¿qué pasa en nuestro reino? Pues que el Jefe, parece que sigue escondido en una tinaja y sólo sale, detrás de una pantalla protectora, para decir, con cara de acongojado (pueden cambiar el adjetivo por otro que se parece mucho) a ese pueblo que él cree que piensa “por debajo de sus posibilidades” (¿será cierto?): “¡Es falso!”, versión adulta- por decir algo- del infantil “¡Yo no fui!”

Y vamos nosotros y nos lo creemos. Bueno, no sé qué será peor, si que nos lo creamos y no hagamos nada o que no nos lo creamos y sigamos sin hacer nada…

¡Ah, Alí Babá, Alí Babá, cómo extraño a tu hermosa y valiente esclava Margiana!