UN PASEO POR EL PARQUE
Mañanas como las de hoy, fresquita pero de cielos claros, invitan a un paseo por cualquier parque de nuestra ciudad o, por lo menos, a no desaprovechar la ocasión de, si tenemos que salir, pasar, como quien no quiere la cosa, por uno de esos parques. Tal vez por eso de huir de los ruidos, escuchar el canto de los pájaros y algún que otro ladrido de los perros, por oler a tierra húmeda o a hierba recién regada-cuando el agua ha sido lo suficientemente bien depurada, claro-.
A nadie le es extraño que, al pasear escuche fragmentos de conversación de algunos que, como nosotros, han decidido (y han podido) dejar las cuatro paredes de su casa y que, por esas casualidades se encuentran con algún conocido.
Rara vez nos acordamos de esos trozos de conversación que, por lo general, suelen ser amistosas, de interés mutuo por las familias, del tiempo y, a veces de la situación de crisis en que nos encontramos. Aunque en esta última se tiende a decir lo mismo: que si la cosa está muy mal, que si la sanidad, que si la educación; pero así, de forma general, porque en esos encuentros rara vez sabemos de la “pata que cojea” el otro. En fin, nada que nos lleve a otra reflexión que la de siempre…
Sin embargo hay ocasiones en que ese fragmento de conversación no nos deja ni mucho menos indiferentes. Fue el caso que me ocurrió esta misma mañana y que me dejó, como se dice, “hablando sola.”
Imagínense dos personas, en este caso dos hombres. Uno de ellos de unos setenta años, el otro entre treinta y cinco y cuarenta. Se encuentran y se saludan. No escucho lo que dicen al principio. Aún estoy demasiado lejos para poder oírlos, pero cuando me voy acercando esto es lo que escucho-palabra más, palabra menos-:
Señor joven: Como dice el refrán…, No hay mal que cien años dure…
Señor mayor: Sí. Ni cuerpo que lo resista…
Hasta ahí todo normal: lo típico y tópico. Pero de pronto el señor mayor reacciona.
Señor mayor: Yo soy católico ¿sabe?
Señor joven (interrumpiéndolo para dejar claro que el también lo es. ¿Por quedar bien? ¿Por seguirle la corriente? ¿Por qué ese señor mayor le parece importante? A saber): Yo también, yo también…
Señor mayor: Pues como iba diciendo. Esto es cosa de Dios, para aquellos que no creen en él. ¿No crees en mí? Pues ahí tienes. Sí porque no creen en Él. Mira, mira, dijo señalando con el dedo y con cierto desprecio.
Yo, que quieren que les diga, sin todavía creérmelo del todo, también miré a donde señalaba el provecto señor y la verdad es que ya no supe en qué mundo estaba viviendo (o sí) Realmente el dedo del señor se dirigía a su derecha y allí, al fondo, estaban unos señores haciendo, tai-chi, más cerca, un jardinero municipal, recogiendo ramas cortadas en una bolsa y, en medio, unos jóvenes, con pinta de no tener trabajo que deambulaba como los protagonistas de “Los lunes al sol”.
Imagino que no se refería a los del tai-chi, por mucho que a ese católico señor le suene a “chino” y, por tanto, a idólatras, paganos o cualquier cosa; tampoco al jardinero porque, afortunadamente, tenía trabajo (seguramente, y dada esa teoría, creía en el mismo dios) Así que, descartando, me quedé con aquellos jóvenes, ateos, herejes, sin remisión…
Es decir, que Dios, el de los tan católicos como ese señor y su interlocutor que, por cierto, estaba de acuerdo con todo aquel disparate, a los que no creen en él les lanza sus rayos más mortíferos convertidos en: paro, desahucios, desasistencia sanitaria, educación depauperada, hambre, desesperación, suicidio…¡Para que aprendan!
¿Para que aprendan qué, señor? ¿Qué el dios de ustedes sigue siendo el atrabiliario, el vengativo, el rencoroso, ese de “el que no está conmigo está contra mí” del llamado Antiguo Testamento? ¿Y todo esto en pleno siglo XXI?
Y yo, que hasta ese momento pensaba que la culpa de todo esto estaba en un sistema en el que prima lo económico, en el que se le da más valor a los bancos que a las personas, en el que se fomenta la ignorancia para que no haya voces críticas y a las pocas que haya se las aplaste con la excusa de alteración del orden público (¿a qué me suena esto?)…Y ahora va a ser que la culpa la tenemos todos los que no creemos en ese Dios de Justicia (para los que puedan pagarla).
La mañana se puso gris, a pesar de que el cielo seguía sin una nube. Oí cantar a unos mirlos y se me vino a la mente unas palabras escuchadas en mi infancia y leídas de vez en cuando: “Fíjense en los pájaros: ni siembran, ni cosechan, ni guardan en bodegas; y, sin embargo, su Padre celestial los alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellos?”
Esto lo dijo un revolucionario llamado Jesús que, seguramente, tampoco debía creer mucho en ese dios pues fue crucificado.