Opinión

EL NEGRO PEPITO

Siendo pequeña- años ha- cuando me iniciaba en la aventura de leer, me regalaron uno de esos libros en los que las ilustraciones ocupaban la mayor parte de las páginas y que, al final de ellas, se nos contaba una historia utilizando pareados. Este cuento tenía un título bastante desconcertante: El negrito que quería ser blanco. Pero ahí no acababa el desconcierto. Resulta que este negrito, lejos de tener un nombre exótico, como mi mente infantil esperaba: Hamed, Alí o, como mínimo, Baltasar, por eso del Rey mago, se llamaba Pepito. Tercer desconcierto: en ninguna parte se nos decía por qué Pepito quería ser blanco, por lo que la conclusión a la que una, en su inocencia, llegaba, era que eso de ser negro tenía que ser, de por sí, bastante malo.

Pepito se hizo mil y una perrerías para blanquearse. Primero se enjalbegó, como si fuera una casa, pero la lluvia se encargó de quitarle el albeo. En un nuevo intento se dio un baño con lejía, peligroso ejemplo de higiene para nuestros infantiles ojos, pero nada. Esto lo dejó muy claro (u oscuro) el pareado, al pie del negrito llorando inconsolable: “Pero no es blanco,¡pobre Pepito!/ que sigue siendo negro, negrito”. Pues vaya… Seguí leyendo y, como era de temer, apareció un hada, rubia y blanquísima que, a toque de varita, volvió a Pepito de un blanco lechoso (Si esto lo hubiera sabido el pobre Mikel Jackson…). Fue terrible: aquel gracioso niño negro, de pelo rizado, ojos grandes y labios gruesos, se quedó igual, sólo que blanco, rubio y con los ojos azules. ¡Pero qué feo! Exclamé. Y ni corta ni perezosa lo pinté con un creyón negro.

Pero el mensaje (¿subliminal?) ya estaba dado para unos niños que crecían en un territorio nacional-católico donde se celebraba el “Día de la raza” (¿de cuál?). Sí, algunos tuvimos la suerte de no creernos todo lo que ponían esos libros, y yo, en esos momentos de ingenua claridad me preguntaba qué ventaja tenía eso de ser blanco.

Desgraciadamente el tiempo fue contestando mis preguntas y ahora sé que, por ejemplo si en Ceuta, en lugar de ser negros hubiesen sido blancos los que nadaban buscando con desesperación la orilla, en lugar de dispararle- y digo disparar que fue lo que hicieron y no lanzar que para eso está el diccionario para que no nos andemos con eufemismos- pelotas de goma, les hubieran lanzado (esta vez sí) salvavidas y, a los que llegaron alcanzar la orilla los hubieran recibido como a héroes y no como a personas atléticas y agresivas de las que había que librarse sin miramientos.

Lo que sigo sin entender es cómo personas que se dicen cristianas justifican tales acciones, sin que se les caiga la cara de vergüenza, ni cómo partidos presumiblemente de izquierdas como el PSOE, se limiten a condicionar su colaboración con el ministerio de interior a que este les dé una explicación de lo ocurrido, sin exigir que los responsable de tamaña acción-no olvidemos que hubo 15 muertos- paguen por ello. ¿Qué les pasa? ¿Se han pasado a lo políticamente correcto y éticamente impresentable?

Pues así nos va.