La tercera acepción para la palabra tándem, en el diccionario de la RAE es: «Unión de dos personas que tienen una actividad común o que colaboran en algo.» Y nada más cercano a ella que el de los dos nefastos ministros: el de Justicia y el de Educación.
Sí, lo confieso, es imposible que no me indigne cada día con las pretensiones de estos dos personajes de imponernos, sí o sí una leyes injustas, que aumenta la de por sí ya enorme desigualdad, con la cínica justificación de hacer valer unos derechos, de “proteger a los más débiles” –cual héroes de caballería- y de fomentar la excelencia. Todo esto ¿para quiénes?
El señor Gallardón -mientras el presidente, para variar, va dando de largas a ver si pasan las elecciones europeas- sigue empecinado en su incalificable Ley del aborto y, en su soberbia no deja de dar ejemplos que, si no fuera por lo serio de la situación, son tan patéticos que moverían a la carcajada.
Ya no sólo él-hombre de bien- seguiría con un embarazo (¿el suyo?) aunque supiese que el hijo tendría malformaciones, ahora resulta que no le duelen prendas al afirmar que un amigo suyo, de cuyo nombre no quiso acordarse, había tenido un hijo con discapacidad y a partir de ese momento, la familia estuvo mucho más unida. O sea una bendición porque, por lo visto, las desgracias unen, así que, siente usted una desgracia a su mesa. Me pregunto dónde vivirá ese amigo de Gallardón ¿en Vallecas, en Entrevías, en el Pozo del Tío Raimundo, o en el barrio de Salamanca, en La Moraleja o en la Finca?
Y la pregunta no es baladí porque, señor ministro, ¡No es lo mismo! , sobre todo ahora con los recortes en Sanidad y en Dependencia que usted y los suyos aprobaron.
Su amigo, señor Gallardón, probablemente vecino de la calle Serrano o similares, puede disponer de todas las ayudas médicas, asistenciales y personales para atender a ese hijo, pero ¿qué pasaría en el caso de una familia sin recursos? ¿Se lo ha planteado, señor ministro? Ah, ya, qué se resignen, por no decir otra cosa que ya dijo una coleguita suya que pasea por el aeropuerto peatonal de su padre. ¡Pues qué bien! ¡Qué ejemplo de caridad cristiana!
Y para echarle una mano, nada menos que el señor ministro Wert que, con su famosa LOMCE nos quita Educación para la Ciudadanía (seguro que Gallardón la suspendería) y de acuerdo con el sin par (menos mal) y inefable-que no infalible Rouco Varela nos pone -¡Oh hermosa contrapartida! una religión que, como tiene que ser, adoctrina o lo pretende, y que se encargará de condenar a abortistas, homosexuales y otras gentes de mal vivir, con la ayuda inestimable del Cardenal Sebastián que compara la hipertensión con la homosexualidad y declara que él tiene controlada la suya (su hipertensión, claro).
No sólo con eso contribuye, el señor Wert a ayudar a nuestro justiciero ministro; con sus recortes en becas, en I+D, la subidas de matrículas y demás lindezas contribuirá a que este país sea un lugar en el que las Ciencias, las Humanidades, la Cultura irán en franco retroceso y, por lo tanto, convertirá a sus más desfavorecidos habitantes en una masa fácil de gobernar. Y es que para eso está ellos, las élites, sus hijos y sus nietos que pueden permitirse carreras y masters en España y en el extranjero- que siempre queda bien eso de la “movilidad exterior” ¿no señora ministra de Trabajo?
Como ven, peligroso tándem que se convierte en pandilla sectaria. Pero no nos preocupemos tanto que ya tenemos santos intercesores metidos en política. Así que si la cosa va mal, acordémonos de la Virgen del Rocío a cuya fiel devota, la señora Báñez, sigue conservando en su puestito (¿no es esto un milagro?), o en su defecto a la más reciente adquisición del señor Fernández Díaz (el de las concertinas), nada menos que Santa Teresa, tan necesaria para “estos tiempos recios”.
Otra pregunta: ¿Dónde estará el brazo incorrupto de esta santa, “propiedad” del dictador? ¿Lo habrá heredado el ministro de Defensa?
Pues visto lo visto y siguiendo con el santoral que, me temo, dadas las circunstancias va a seguir aumentado, ¡Dios nos coja confesados! Y si no, acudamos a esa nueva droga del pueblo y olé: ¡el fútbol!
Salud y República.